19 cámaras, de Jon Arretxe

19 cámarasTouré vive en el Barrio San Francisco de Bilbao. Inmigrante de Burkina Faso, intenta ganarse el pan como vidente y mago. Sin embargo tiene más éxito con los pequeños encargos de sus clientes y amigos, mayormente dentro de la ley. Una mujer, Charo, lo contrata para que siga a su marido y a su cuadrilla mientras se van de putas por la zona de alterne del bocho. Inician una relación sexual a cambio de la cual Touré recibe un dinerito y, gracias a la poderosa voz que gasta, lo coloca en un coro. Simultáneamente conoce a Cristina, una prostituta recién llegada al San Francisco.

Éste es más o menos el punto de arranque de 19 cámaras, la primera novela de una serie protagonizada por Touré. Arretxe se viste de su voz para observar desde la perspectiva de un inmigrante los recovecos más lóbregos de nuestra sociedad. De ahí lo interesante del vínculo con las dos mujeres, con puntos de partida similares y desarrollos opuestos que ayudan a establecer el tono humano de la historia. De ser un medio para sus fines, contrapone la explotación de la primera frente a la amistad desinteresada de la segunda.

Pero Charo y Cristina son apenas dos de los personajes alrededor de Touré, un microcosmos con interacciones más o menos semejantes a las que mantiene con ambas. Una pequeña constelación de relaciones construido a base de breves encuentros donde se presentan y desarrollan las conexiones con otros inmigrantes, los habitantes del barrio de toda la vida y la gente de fuera. Frente a esa notable caracterización, quienes gusten de una trama criminal que, de alguna manera, justifique el devenir de la historia pueden llevarse una desilusión. Aunque Arretxe utiliza varios ingredientes en esta dirección, terminan siendo muy livianos, casi un McGuffin para permitir todo lo anterior.

Esta cierta vacuidad en la trama más clásica no me ha molestado demasiado. Mientras leía las últimas páginas me acordaba de la decepción que me supuso el argumento criminal de A timba abierta, la ópera prima de Óscar Urra dedicada al personaje de Julio Cabria, donde elementos ajenos a lo que es un detective de barrio se inmiscuían en su vida y hacían saltar por los aires la verosimilitud de una narración hasta ese momento contada a pie de calle. Arretxe evita tensar esa cuerda, con el resultado de perder fuerza desde el género pero consiguiendo un final muy climático con la visita al horror de los CIEs. Un pequeño giro que me ha recordado al de Violetas de marzo, la primera novela de Bernie Gunther.

Donde 19 cámaras sí se me ha hecho cuesta arriba ha sido desde un estilo anodino, con diálogos grises y un discurso muy plano. Cuesta encontrarle el sabor que tienen su protagonista y el mundo por donde se mueve. Aunque esta pequeña tara no será óbice para que me acerque a 612 €uros, la siguiente novela de la serie.

19 cámaras (Erein, col. Cosecha Roja nº7, 2012)
Rústica. 256pp. 18 €
Ficha en la web de la editorial

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