Decíamos ayer que las novelas de Star Trek están muy bien. Las que he leído son parte, o se publicaron como parte, de una serie llamada Star Trek Adventures, y son reediciones que se hicieron en los años noventa de algunas novelas de los setenta, antes de que Robert Wise estrenase Star Trek. The Motion Picture, en 1979. Adjunto foto de algunas de las que tengo para que se vea que son altamente coleccionables, con sus evocadores retratos de la tripulación, todos ellos obra de Alister Pearson.
Y lo que me pasa ahora es que, viendo las series, pienso: cada capítulo es un cuento de ciencia ficción; y leyendo las novelas, pienso: cada novela es un episodio.
Vulcan!, de Kathleen Sky, me ha parecido, de momento, de lo mejor que he leído: una excelente novela sobre la complejidad de nuestros sentimientos y lo paradójica que es nuestra manera de sentir. Una novela de ciencia ficción introspectiva en la que la autora se toma su tiempo para profundizar en los pormenores de la mente.
A la Enterprise llega la Doctora Tremain como experta exobióloga para ponerse en contacto con el planeta Arachnea, posible víctima de las manías colonizadoras de los Romulanos, para saber si hay vida inteligente o no y, en función de eso, decidir si intervienen o no. Al llegar a la Enterprise, de todos modos, y contra todo pronóstico, la doctora Tremain se escandaliza por la presencia, para ella horrible y ofensiva, de Spock, cortando tajante ante el capitán Kirk que ella no viajará, ni mucho menos trabajará, con un vulcano (de mierda). Ahí está el punto de partida de esta novela, de esta historia de los sentimientos humanos adultos, más complejos que las estrellas.
Una prueba psicológica permite al Dr. McCoy indagar en el origen de ese odio, de esa intolerancia, enfebrecida y vitriólica, y de paso nos adentramos en los caminos, siempre irracionales, de la sentimentalidad humana. Sky, la autora –especializada, por lo que he visto, en historias románticas– nos mete en las especificidades de esto que tanto nos distingue de los otros animales. A veces una frase le basta para rematar un personaje, una actitud que reconocemos como propia. La protagonista –Tremain– se crea ese odio para distraerse de otras realidades peores, sepultadas en su memoria.
Llegan al planeta, y Spock y la Dra. Tremain se ven obligados a entenderse. Hay un par de desvíos al inicio de la novela que hacen que pienses que la cosa irá por una senda previsible pero por suerte para todos –personajes incluidos– no es así. No le interesan a la autora las previsibles consecuencias del encontronazo que se convierte en romance.
Casi, pese al decorado y el despliegue conocido de personajes y lugares, no hay elementos de ciencia ficción: leyendo el libro ves que Sky eleva la sentimentalidad a verdadero sentido de la maravilla en la novela. O a catalizador del sentido de la maravilla (que supongo que es lo mismo).
Vulcan! recuerda en parte a Fragmentos de honor, de Lois McMaster Bujold, autora y libro me temo que francamente infravaloradas, por lo que tiene de space opera, por lo que tiene de historia de amor –en lo bien dibujada y creada que está, esa historia– y por lo que tienen, en el fondo, de excelentes piezas de escritura. Y no porque esta sea, como aquella, una historia de amor, sino porque es una historia sobre la contradicción inherente a los sentimientos. Las dos novelas, en sus contextos de space opera –militar una, social o de investigación, la otra– ponen el acento en la sentimentalidad, en cómo sentimos lo que sentimos los humanos, alejándose del tópico, y, en el caso de Bujold, regalándonos un final exquisito, desgajado del cuerpo central de la novela. En la novela de Kathleen Sky es todo el constructo lo que se erige en potencia principal del texto: porque están las ironías y el discurso principal con el que te presentas al mundo, ese relato que era la clave de la, por ahora, última novela de Bret Easton Ellis, y luego está lo que todo eso esconde, que es lo que de verdad importa.
Las ironías funcionan, los dos personajes se estudian, cautos, comedidos, avanzan y retroceden, tentativos, y actúan en consecuencia: se dan espacio pero vuelven el uno al otro a cada poco tiempo. Porque aquí el acierto de Sky, el acierto de esta escritora a la que quiero leer más, está en dibujar bien a la doctora, de demostrar que conoce bien a Spock y sus cositas, de expandirlas, y de tejer, con estos elementos, esa tercera verdad que sería la relación entre ellos, todas las idas y venidas que se dan en ese choque de prejuicios y la posterior evolución de ese choque.
Aunque esto sea cierto, la autora también domina el imaginario que nos atrae del género, y en un acto final con fusión mental vulcaniana incluida, nos da una prueba, por así decir, del sentido de la maravilla como lo podríamos esperar dadas las coordenadas en las que se incardina la historia, como demostrando que si no lo ha hecho hasta ahora es porque ha preferido indagar en otros misterios. Su marido, el también escritor trekkie Stephen Goldin, tiene su propio título publicado en esta colección y, por lo que parece, insufla más imaginario de space opera que Sky. Lo leeré con ganas.
La principal consistencia de esta novela es la que le da la silueta de la personalidad humana, tan bien definida aquí por Kathleen Sky, acomodándose y alejándose a la vez de las restricciones de enlazar su historia al universo prestablecido y asentado de Star Trek. A por más.
Vulcan!, de Kathleen Sky
Titan Books, 1995
175 pp.