Objetos frágiles, de Neil Gaiman

Objetos frágiles

Objetos frágiles

Poca presentación necesita Neil Gaiman a estas alturas entre los lectores de género fantástico. Le podríamos llamar el gran niño prodigio del género si no fuera porque no es tan niño –nació en 1960–, pero en cualquier caso basta con decir que se le ha llegado a considerar una «estrella de rock» literaria para dar una idea de su popularidad. En efecto, Gaiman tiene un prestigio y una legión de seguidores que ha sabido ganarse desde su inicio en el negocio de la narración de historias, inicio que se produjo en el campo de los cómics –Casos Violentos, Sandman, Señal y ruido…– más que en el de la prosa.

Ese prestigio se lo ha ganado no por su aspecto de rockero y su inseparable chaqueta de cuero, sino por un estilo muy personal, casi onírico, a la hora de escribir. Lo que nos cuenta Gaiman nos parece atemporal, perdurable, digno de ser incorporado a la tradición oral que se transmite de generación en generación. No en vano, escribe con la naturalidad y soltura de quien sabe que tiene buenas historias que contar y la habilidad necesaria para hacerlo. No presta demasiada atención al realismo o a la cohesión en el sentido tradicional de sus cuentos, y sí a transmitirnos sensaciones y estados de ánimo. Se trata de un autor que parece dotado de un enorme talento innato para la narración de historias, y a veces nos da la sensación de ser capaz de rozar la brillantez casi sin esfuerzo aparente.

Quizá esa sensación de falta de esfuerzo, de considerar suficiente a la inspiración y el talento, sea el principal problema de la recopilación de relatos cortos titulada Objetos frágiles. Hablaré sobre eso más adelante, pero en primer lugar debo decir que esta colección recoge relatos escritos entre 1995 y 2006 que no fueron incluidos en la antología Humo y espejos. No hay ningún tema recurrente claro que los unifique, aparte del estilo inimitable de su autor. Se incluyen desde relatos largos hasta alguno de muy pocos cientos de palabras. Cualquier cosa escrita por Gaiman parece haberse juzgado digna de incluirse aquí, y considero que ese afán completista no le hace un favor al libro.

Junto con obras ganadoras de importantes premios del género se incluyen poemas que pierden demasiado con la traducción y pequeñas narraciones escritas por encargo por motivos de lo más variopinto: desde una breve historia para ser incluida en el libreto de un CD hasta un regalo de cumpleaños. No se incluye la lista de la compra del autor pero poco le falta. A algunos todo esto les parecerá de un completismo delicioso que permite llegar a conocer mejor la obra de Neil Gaiman, pero a otros nos deja la sensación de que estas pequeñas obras tienen poco que aportar a la recopilación y más bien disminuyen el disfrute de la obra, rellenándola innecesariamente de paja.

Afortunadamente, en muchas de las historias sí que llegamos a disfrutar del talento de Gaiman. En “Cómo hablar con las chicas en las fiestas”, por ejemplo, disfrutamos de una historia de horror en la que un par de muchachos adolescentes tratan de vencer su timidez y relacionarse con chicas de su edad en una fiesta. Gaiman juega con su conocimiento de la naturaleza humana para hacer el relato mucho más poderoso. Por supuesto, las chicas de esa fiesta son mucho más extrañas de lo que podríamos esperar, pero es la ansiedad natural de los chicos la que amplifica esa sensación de extrañeza.

“Estudio en esmeralda” es un interesante pastiche que enfrenta a Sherlock Holmes con los horrores surgidos de la imaginación de H. P. Lovecraft. Inspirándose en la situación descrita en la novela Estudio en escarlata, el autor nos deja entrever una Inglaterra gobernada por las criaturas de los mitos de Cthulhu hasta llevarnos a un satisfactorio giro final. Recalco lo del giro final porque éste es uno de los pocos relatos lo suficientemente elaborado como para incluir un giro argumental convincente. También es, por cierto, un relato escrito por encargo, para aparecer en una antología titulada Sombras sobre Baker Street.

En “Las esposas prohibidas de los siervos sin rostro de la secreta morada de la noche”, Gaiman se burla afectuosamente de las convenciones del horror gótico con la historia de un escritor cuya novela se le está yendo de las manos. Sólo que esto ocurre en un mundo en el que los estándares son muy distintos de los nuestros.

“La presidencia de Octubre” es quizá el relato que mejor representa la sensación que deja Objetos frágiles: indiscutiblemente brillante pero a la vez vagamente insatisfactorio. Se trata de un cuento dentro de un cuento. En una bulliciosa reunión de los meses, personificados en idiosincráticos personajes, Octubre ocupa la presidencia y es su responsabilidad contar una historia. La historia que cuenta es la de un niño que escapa de casa, lo cual no podemos reprocharle porque su situación familiar no invita demasiado a quedarse. Ya lejos de su pueblo, traba amistad con un muchacho que resulta ser un fantasma. Pasan un buen día juntos y, cuando el fantasma tiene que marcharse, le dice a nuestro protagonista que existe cerca de allí una casa abandonada en la que, si entra, sus sueños se convertirán en realidad. El niño finalmente se decide a entrar y… ahí finaliza la historia. Si añado que todo esto ha sido contado de una forma exquisita el lector creo que comprenderá la mezcla de satisfacción y frustración que este relato causa.

La gran cantidad de relatos contenidos en esta colección hace poco práctico describirlos uno a uno, pero creo que esta pequeña muestra sirve para hacerse una idea del contenido. En general, junto a poemas y relatos supercortos que resultan totalmente prescindibles, nos encontramos con historias que son auténticas gemas, aunque a menudo sin pulir del todo. El talento y la brillantez están ahí, pero a veces queda la sensación de que si el autor se hubiese molestado en trabajarlos y planificarlos más, los relatos podrían haber sido más redondos, auténticas obras maestras. Por otra parte habrá quien opine que es mejor dejarlos como están, únicos, abiertos y deliciosamente sugestivos.

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