Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson

Siempre hemos vivido en el castilloComo soy un tipo gris y poco dado a la originalidad, uno de mis finales preferidos es el de Soy leyenda. En las últimas páginas de su novela más conocida Richard Matheson le daba la vuelta a la imagen del noble en su castillo, el depravado terror de sus súbditos, al mostrar a su protagonista como un residuo atávico reacio a dejar su ciudad en mano de sus legítimos herederos. El reaccionario derrotado por una sociedad nueva a pesar de sus denodados esfuerzos por evitarlo. En una de esas insólitas asociaciones que surgen durante cualquier lectura, recordé esa escena a las pocas páginas de haber comenzado Siempre hemos vivido en el castillo. Justo cuando Mary Katherine Blackwood (Merricat) sale a hacer unos recados por el pueblo situado en la zona rural de Nueva Inglaterra y se da de bruces con la extrañeza de sus vecinos. Es el bicho raro que despierta todo tipo de murmuraciones a su paso. En sí no es una respuesta que pille de improviso; la narración en primera persona por parte de Merricat ya había puesto sobre la mesa su peculiar manera de ver el mundo y la distancia entre ella y, se podría llegar a decir, el resto de la humanidad. Sin embargo durante ese paseo somos mucho más conscientes de la perplejidad con la que se observa a alguien que, a priori, quedó anclada en el pasado. Y de una hostilidad que amenaza con rebosar los límites dentro de los cuales se ha mantenido hasta el momento.

Merricat vive junto a su hermana Constance y su tío Julian en una casa señorial. Los tres son los restos de una familia diezmada unos años atrás durante una cena donde alguien puso cianuro en el azúcar. Apenas las dos hermanas se salvaron mientras Julian quedó postrado en una silla de ruedas. Constance se encarga de la actividad diaria de la casa. Julian redacta una y otra vez pasajes de sus memorias, atrapado por un pasado donde ya no distingue lo que ocurrió de lo que ha recreado a base de recontarse a sí mismo su historia. Merricat mantiene menos obligaciones: hace recados, pequeñas labores y se ve como el ángel protector de ambos. Sin haber asistido a la escuela, sin contacto con otros niños durante su infancia, ha desarrollado una visión del mundo singular. El pensamiento mágico domina su conducta y utiliza todo tipo de totems que sitúa en lugares “clave” con la misión de mantener las amenazas fuera de la casa. Ve como indeseable la presencia de cualquier persona ajena. Así que cuando su primo Charles llega hasta la casa, con unas intenciones entre turbias y aviesas, se ponen en marcha una serie de resortes con unas consecuencias sobrecogedoras.

Shirley Jackson abunda en un creciente tono enfermizo. Por la presencia de Charles y cómo engatusa a Constance mientras se comporta como un matón con Julian y Merricat; por la obstinada distancia que Merricat guarda con los extraños, sin prestar atención a sus propósitos; pero sobre todo por cómo relata cada suceso desde su perspectiva, empuja los acontecimientos hacia una ruptura definitiva y tapiza el camino de tres o cuatro revelaciones que funcionan como un veneno lento.

Siempre hemos vivido en el castilloSiempre hemos vivido en el castillo sirve como caso práctico de cómo se pueden escribir novelas morbosas sin recurrir al exceso. Basta con una primera persona, una situación cotidiana y un narrador dispuesto a contártelo todo desde su particular punto de vista. Esa construcción de una identidad a través de la acción, sumado al entorno decadente, crean una atmósfera tan sobresaliente como la voz detrás de la narración. Me cuesta ver por qué Merricat cuenta su vida, pero sin duda Shirley Jackson firmó un relato en el que se puede rastrear el origen de títulos como La fábrica de avispas.

Siempre hemos vivido en el castillo funciona como una sobresaliente novela sobre la otredad y las reacciones que despierta (explotación, paternalismo, incomprensión). Es desde esta impresión desde la cual he reconsiderado mi opinión sobre el último capítulo, que me había dejado un tanto insatisfecho en una primera lectura. Me parece un cierre ideal para la transformación de la familia Blackwood en un mito gótico a ojos de sus vecinos. El gran colofón para una historia contada en las páginas justas.

Este comentario está escrito a partir de la edición de Edhasa publicada hace un cuarto de siglo con una traducción de Hernán Sabaté que en ciertos pasajes me ha resultado un tanto acartonada. Existe una edición de 2015 por parte de Minúscula que creo se ajusta más a los estándares de calidad actuales… aunque tiene una imagen de cubierta impropia de la calidad de este libro. Ya podían aprender de la edición de clásicos Penguin con esta ilustración de Thomas Ott.

Siempre hemos vivido en el castillo (Edhasa, Col. Narrativas Fantásticas, 1990)
We Have Always Lived In The Castle (1962)
Traducción: Hernán Sabaté
Rústica. 192pp.
Ficha en la web de La tercera fundación

2 comentarios en “Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson

  1. Curioso lo de las portadas de este libro… para Will Errickson de Too much horror fiction, esta de una vieja edición en paperback es de las mejores que ha visto
    http://4.bp.blogspot.com/-DISFpTc2Gg8/UEa_fAjK2bI/AAAAAAAAGzI/jxAZNwuPTDk/s1600/We+Have+Always+Lived+in+the+Castle,+(Oct+1963,+Shirley+Jackson,+publ.+Popular+Library,+%23M2041,+$0.60,+173pp,+pb)+Cover+-+William+Teason+.JPG

    Esta también está muy bien…

    http://www.rockin-r.net/~karl/shirleyjackson/covers/images/060.jpg

    Caray si que tiene portadas distintas este libro… Tengo cierto interés en leerla aunque primero va La maldición de Hill House y sus relatos, por cierto en que edición española aparece Los veraneantes?

    un saludo

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