Luz negra, de Pedro Berruezo

Luz negraFlorence Balcombe fue la mujer de Bram Stoker. Después de la muerte del escritor, manejó con puño de hierro los derechos de su obra; para qué negarlo, más allá de Drácula un terreno poco productivo. El hito más recordado de su guardia fue su empeño por destruir todas las copias del Nosferatu de Murnau, una adaptación de Drácula convertida en un éxito del cine mudo que pudo perderse del todo. Pero, ¿y si detrás de su perseverancia hubiera más que una batalla por defender su estatus económico o aleccionar a quienes desearan hacer otra adaptación sin permiso? ¿Y si la proyección de la película no fuera un simple acto de difusión cultural y Balcombe estuviera protegiendo la misma realidad de quienes desean desmantelarla para rehacerla a su imagen y semejanza?

Hay mucho en Luz negra de la concepción de Tim Powers de la fantasía oscura. No tanto en la redacción del texto, que obedece más a un thriller entre el terror y la fantasía oscura, con diversos personajes atrapados en un delirio de horror cósmico, como en el fondo. Sobre todo en un argumento enhebrado alrededor de una serie de acontecimientos donde detrás de lo factual anidan pactos mefistofélicos, seres preternaturales aguardando a entrar desde el otro lado del velo o una búsqueda que desata fuerzas hibernadas durante décadas. Con piruetas metaliterarias que ahondan el calado de este deslizarse por los huecos de la Historia para explorar el potencial del arte como herramienta para modelar el mundo.

Esta es la pesadilla en la que se sumergen Bea y Lara. Antigua pareja, la primera acude a la llamada de la segunda, involucrada en una investigación sobre el Nosferatu de Murnau tras descubrir un rollo de la película. Bea está destinada a ser el sostén de Lara cuando se sume en un proceso que pone a prueba su agarre con la realidad. Algo que la conecta con lo que padecen otros personajes de Luz negra.

Ahí tenemos a Jonathan Harker, el abogado que acude a los Cárpatos para formalizar la compra de una serie de propiedades en Londres para el conde Orlok y se ve atrapado por las criaturas que pueblan su castillo; o a Mina Murray, angustiada por el retraso de su prometido para regresar a Inglaterra y asolada por unos sueños en los que experimenta los sufrimientos de Johathan en su reclusión; también aparece su amigo Jack Seward, que la lleva a una sesión con la médium Maria Hayden para ver si sus poderes pueden ponerla en contacto con Jonathan, donde se da de bruces con un horror todavía mayor; tienen sus capítulos Albin Grau, el productor de Nosferatu, empujado a rodar una adaptación de la novela de Stoker por un ser ominoso que le acecha durante la noche, y Florence Balcombe, cuya supervivencia depende de la cruzada que comentaba al comienzo de la reseña; y en muchos de estos relatos, y otros hechos funestos, se observa una luz negra que irrumpe en nuestra realidad para corroerla, debilitarla, facilitar una transición hacia otra naturaleza hostil a la nuestra.

Pedro BerruezoCon alegría, Pedro Berruezo retuerce lo ficticio alrededor de lo histórico en un cruce de relatos donde al principio pone el hierro en la puesta en situación y la creación de atmósfera. Así, en la primera parte de las tres de las que consta Luz negra se disfruta del ritmo; apenas hay aclaraciones y se suceden los pasajes donde los personajes se enfrentan a un mundo físico que ve sus normas transgredidas mientras lo caótico, monstruoso, confuso los golpea. Berruezo acentúa la faceta materialista con descripciones pormenorizadas de estas surgencias quiméricas, gozosas durante sus primeras apariciones, un tanto pesadas cuando entran en lo reiterativo.

Tras una veintena de capítulos, en la página 120 se inicia la segunda parte. El nudo que conecta los diferentes hilos y personajes y da sentido al misterio. En este proceso de revelar las motivaciones y dobleces, Luz negra entra en una fase más explicativa, en muchos momentos de manera necesaria y, puntualmente, con pasajes que debieran haber quedado en el borrador (por ejemplo, la descripción del modus operandi de los espiritistas a la hora de recabar información de los asistentes a sus montajes). Un desequilibrio que no me ha sacado del libro porque Berruezo acierta a pasar a nuevas secuencias con más sustancia donde lo que cuenta vuelve a sentirse esencial. Cómo nos obsesionamos con las historias; lo incontroblable de algo que a priori parece tremendamente controlado; esa vuelta continua a su potencial para cambiar el mundo y nuestras vidas… Además urde escenas terroríficas, caso de la de Albin Grau asediado por esa ciclópea deidad preternatural enmarcada en la noche del Berlín de entreguerras. O abosrbentes, como el duelo del mismo Grau con Florence Balcombe, dejando atrás la discusión y entrando en un plano dolorosamente físico.

Queda un tercer y último acto, la resolución que, confieso, he leído en diagonal. La novela entra en el combate físico/metafísico al cruzar a los diferentes personajes que han quedado en un dilatado capítulo final que remite a fórmulas estéticas ya leídas. Para mi tremendamente aburrido, muy lejos de evocar la opresión que debiera transmitir el posible triunfo de lo inhumano. La conclusión, supuestamente catártica, ha sido más bien liberadora tras bastantes páginas de pedir la hora.

Este pequeño borrón no me hace olvidar lo satisfactorio y desafiante que hay en Luz negra. Una encomiable construcción narrativa que lejos de limitarse a ficcionalizar las investigaciones sobre el tema de David J. Skall o Jesús Palacios, o caer en otro horror lovecraftiano romo e inane (como Adam Nevill en Apartamento 16), se hace significativa en la encrucijada de lo histórico, lo mitológico y lo terrorífico.

Luz negra (Minotauro, col. Laberinto, 2025)
Rústica. 364pp. 18,95 €
Ficha en La tercera fundación

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