Aniquilación: Cómo autodestruirse en 3, 2, 1…

Aniquilación

Aniquilación ha llegado en marzo y en formato doméstico, apartada de las pantallas gigantes y del sonido envolvente para los que había nacido. Y con ella, la polémica. Aniquilación ha sido aplaudida por los efectos especiales y, a la vez, reprobada por algunos doppelgänger de signo opuesto a los que el colorido del resplandor les parece un mal artificio. Hay quienes opinan que su director, Alex Garland, pertenece al sospechoso grupo de los cineastas-ensayistas pesados, que solo es un cansino imitador de Tarkovski (Stalker y Solaris). Por oposición, están los que aplauden la aventura planteada con guión del propio Garland, la líquida banda sonora de Geoff Barrow y Ben Salisbury o la fotografía de Rob Hardy, hipercolorista y saturada dentro del resplandor, gélida en el área X. Alguna entidad extraterrestre se divierte con nosotros al imitar, con esta división de espectadores, el juego de dobles que muestra la pantalla.

Aniquilación ha encontrado una particular resistencia en lo referente a los seres humanos que la habitan. Se ha generalizado la opinión de que los personajes son uno de los más débiles eslabones de la película, si no el que más, así que ahí toca clavar los colmillos, en unos protagonistas ausentes, sin perfilar, acartonados. Como ya pasó con Rey en Star Wars VII: El despertar de la fuerza y con K/Joe en Blade Runner 2049, toca hablar de personajes en C.

Internarse en el resplandor es un suicidio. Esa es la primera piedra, la idea de la que nunca hay que apartarse. Tres años de pruebas y misiones fallidas avalan esta sentencia, como explica Ventress, la psicóloga y líder de la expedición de mujeres, pues ya han intentado abordar el enigma que rodea al resplandor de todas las maneras imaginables y por todos los medios, tierra, mar y aire, y nunca con éxito. A excepción de Kane, el marido de Lena, que se encuentra en cuidados intensivos con fallo multiorgánico, nadie más ha regresado. Acceder al misterioso jardín extraterrestre es un más que probable viaje solo de ida. Si negamos este presupuesto, nos escondemos de la película, de lo que sin medias tintas el mismo título anuncia. Nos ocurre como en esas películas de terror en las que dan ganas de gritar a esos personajes que caminan directos al abismo con cara de carnero degollado: “Pero no entres en la casa. Ni se te ocurra. ¿Es que no lo ves? Que no vas a salir”. Quedarse con que Aniquilación está mal planteada, ya que no envían drones y tampoco a ellas las han atado con cuerdas a la cintura antes de entrar o cualquier otra objeción al método que los del área X emplean, es una racionalización, una manera de negar lo incómodo de la historia: todo eso ya se ha intentado antes, acepta que la misión es un suicidio.

LenaSe ha repetido machaconamente que la expedición la conforman cinco científicas, en lo que parece un chiste: la bióloga, la psicóloga, la física, la geóloga y la paramédica. Eso pasa en la novela, que se las llama por su currículum. En la filmación no solo tienen nombre, también se relacionan entre ellas de muy distinta manera. El enunciado de las profesiones solo rasca en la superficie.

El grupo ha sido convenientemente escogido por la psicóloga: la misión la llevan a cabo una alcohólica, una drogadicta, una enferma terminal de cáncer, una madre sin esperanza tras la muerte de su hija y una mujer devorada por la culpa. Y allí, en el resplandor, la verdad de cada una de ellas quedará al descubierto. Como en la zona de Stalker, el viaje acaba siendo al interior.

Lo que hay fuera, el área X, es un lugar aséptico, utilitario, fuertemente controlado, con protocolos rígidos, ocupado por personas que nos hablan desde detrás de una máscara o a las que vemos como sombras borrosas y sin rostro detrás de un cristal. Atravesar el resplandor, en cambio, es vivir sin leyes, sin pedir permiso a nadie, sin horarios, sin disfraces, sin convenciones. ¿Cómo enfrentarse a algo así? La fuerza militar ha fracasado en su abordaje del resplandor. La lucidez científica, desde fuera, tampoco ha servido de mucho. La psicóloga les vende (nos vende) que ahora les toca jugar a los investigadores desde dentro. El viaje al corazón de las tinieblas, al faro, donde se halla el origen de la extraña invasión, no será un salvamento del mundo a lo Will Smith o Bruce Willis. Tampoco la misión de cinco nerds con aire de cazafantasmas. La misión es de naturaleza autodestructiva.

Las cinco mujeres pertenecen a una concepción punitiva de los personajes, la que premia a los entes de ficción que están dispuestos a reconocerse y aceptar lo doloroso de la aventura. Aniquilación gratifica a los espectadores que estén dispuestos a empatizar con ese viaje a la necrosis. Si no se acepta esta premisa, se verá un collage disparatado, marionetas que se disparan al pie sin que se entienda la razón, un esbozo de filosofía oscura que no llega a concretarse. Existe una diferencia entre el muermo pretencioso y el demasiado humano camino a la desintegración.

5 hilosHay cinco posibles hilos de los que tirar. La narración escoge a Lena. La presentación de la bióloga muestra a una mujer que atraviesa un duelo patológico. Lena no asimila la situación de pérdida de Kane, su marido. Está aislada. Se ha alejado voluntariamente de la vida social. No parece dispuesta a pasar página. No acepta que alguien pueda ocupar el lugar que Kane llenaba en lo afectivo. El duelo es intenso y prolongado en el tiempo, claramente patológico, sin que sepamos la razón.

La sorpresa de este depresivo punto de partida llega a través de una especie de milagro. Kane se presenta en la casa, así, sin más. Eurídice vuelve de la muerte sin que Orfeo haya tenido que descender a los infiernos en busca de ella. Pero es un marido diferente, alguien extremadamente frío, una persona inquietante que refracta la imagen de sus dedos en un vaso de agua, un tipo que se niega a abrazar a Lena. Que, a continuación, el esposo se transforme en un comatoso bello durmiente al que nadie puede despertar empuja a Lena a la siguiente casilla del tablero.

Kane, Lena y Ventress son las tres fichas principales en el juego que nos propone Alex Garland. Cuando Lena pregunta a la psicóloga por qué seleccionó a Kane como parte de la última expedición militar al resplandor, Ventress nos da una clave que al principio no entendemos, o mejor dicho, que interpretamos mal. Algunas personas que viven felices, explica la psicóloga, sin motivo aparente confabulan contra ellas mismas y destruyen el estado de dicha y confort en el que habitaban. La psicóloga habla de seres humanos que un buen día dejan de actuar como células normofuncionantes y pasan a comportarse como células tumorales, como si dentro de ellos, a nivel psicológico, estuviera programada la misma destrucción que tendrá lugar en el plano físico, por enfermedad o por el paso del tiempo. Después de este discurso, los espectadores entendemos que, por alguna razón inextricable, quizá por esa programada espoleta de detonación de la que habla Ventress, Kane se alejó sin motivo de Lena para apuntarse a una misión suicida. Kane sería una de esas personas autodestructivas que no expresan sus emociones (las esconden, algo muy distinto de que no las tengan), se aíslan, se autocompadecen, adoptan patrones de conducta antisociales y, por último, como remate, descuidan su propio bienestar y, bajo la etiqueta de individuos altruistas que buscan el bien de la humanidad, se entregan a una misión suicida. Lo que no acabamos entonces de comprender es por qué Lena imita el comportamiento de Kane. El argumento dado por la misma Lena (se apunta porque quiere ayudar de algún modo a Kane), suena a hipocresía de salón, a película falsa, al Will Smith de En busca de la felicidad o Independence Day. La psicóloga sabe qué se esconde detrás de esa fachada, por qué Lena quiere ir, por qué se apuntó Kane a una de sus misiones del patíbulo. Los demás tendremos que esperar a que el resplandor, ese lugar en el que las buenas palabras y los disfraces se caen, desvele qué pasa con Lena.

Lena y KaneLa bióloga se esconde de sus compañeras. Antes de entrar en el resplandor, no quiere entablar conversación con ellas (ni con nadie). Es el grupo de mujeres quien la busca, las otras se acercan a la bióloga. Pero cuando llega la hora de contar quién es quién, Lena esconde su relación con Kane, de quien todo el mundo habla en la zona X. Cuando le preguntan por su marido, ella dice que está muerto.

Los flashbacks revelarán qué ocurrió en la habitación de matrimonio de Lena y Kane. No deja de resultar llamativo que esas escenas tengan lugar en los periodos de sueño de Lena. Aunque esto entra de lleno en el campo de las suposiciones, como todo lo referente al alienígena, de algún modo parece que el resplandor se comporta como el planeta Solaris: no se limita a descomponer físicamente el ADN de los seres vivos que aparecen por allí para luego reensamblarlo, también penetra en los recuerdos y en los sentimientos. Poco a poco, a través de sucesivos flashbacks, ya sean estos recuerdos que surgen de modo natural o imágenes desenterradas por el resplandor, entendemos la verdad. Ventress no hablaba de Kane cuando dijo que algunas personas, sin razón aparente, destrozan la felicidad en la que viven, sino de Lena. Fue la bióloga la que tuvo una relación extramatrimonial sin otra finalidad que romperlo todo, la que de manera indirecta, por el dolor que provocó en Kane, empujó a su marido a una misión suicida. El sentimiento de culpa lleva a Lena a una espiral de vacío, de resentimiento contra ella misma, de autodestrucción.

La lucha de Lena contra Lena se hace más que evidente en el faro, en la escena de la duplicación. Pero la hemos visto antes, de manera más sutil. La primera Lena, marine como Kane, guerrera, lesiva, se nos muestra en la escena del cocodrilo, cuando dispara agresiva y certeramente contra el animal en metamorfosis. La segunda Lena, científica, esposa, acogedora, sumisa, no logra frenar a la primera en el mundo doméstico y menos aún lo consigue dentro del resplandor. La bióloga no necesita que el alienígena le haga un duplicado para expresar ambivalencia.

Juego de paresEn este juego de pares, y aviso de que ahora salgo de lo que estrictamente se ve en pantalla para que nos adentremos en el terreno de la pura especulación, en cavilaciones que es probable que solo estén en la mente de quien escribe, resulta también curioso que del mismo modo que el material genético que define a la mayoría de seres vivos tiene una doble cadena de fosfatos, desoxirribosa y unas bases nitrogenadas que van siempre emparejadas de la misma manera (la adenina va con la timina y la citosina se une a la guanina), la expedición de cinco mujeres imite al ADN: la psicóloga permanece al margen, como observadora y jefa, y las otras cuatro se agrupan como bases nitrogenadas: la física y la paramédica forman una unidad y la geóloga y la bióloga, otra. Las tensiones que surgen dentro del grupo se resuelven en función de este doble emparejamiento. Y de la misma manera que cuando la cadena de ADN se escinde, la base nitrogenada de cada hélice pierde a su par, la violencia dentro del resplandor va a separar primero a una pareja de científicas y luego a la otra. Con el grupo deshecho, o lo que es lo mismo, con la cadena de ADN rota, tiene lugar el siguiente paso: la replicación del ADN, la creación de una hélice nueva, que es un espejo de una de las dos hélices del material genético original.

No hay que insistir en la imagen sólida del faro, ni en el agujero circular y en la cavidad cilíndrica por la que entran primero el marine, luego la psicóloga y por último la bióloga, ni en la matriz en la que desemboca la cavidad cilíndrica, donde tendrá lugar la concepción del doble de Kane y de la doble de Lena. Alex Garland tiene el detalle de mostrar en lugar de explicar. Tampoco se recrea demasiado con los símbolos sexuales. La escena en la que nace la némesis de Lena y el enfrentamiento entre ambas es turbadora, subyugante, casi un rito oscuro, y está maravillosamente acompañada por la música.

¿Y la psicóloga? Quizá la reina de la función de teatro, al menos en lo que concierne a la parte humana. Con permiso del alienígena, el gran orquestador. Si la autodestrucción de Lena es en primer lugar psicológica y nace de la culpa, el instinto de muerte de Ventress es orgánico. Parece la única de la expedición ajena a las pasiones humanas, o eso se cuenta de ella, que no se agarra a nada ni a nadie. A la biología molecular le da lo mismo la actitud de Ventress. Por más que la psicóloga haga lo posible para evitar esa malignidad del comportamiento que se ha adueñado de sus seleccionadas (la película escoge a una de las cuatro para narrar el camino a la aniquilación, de las otras tres solo tenemos apuntes), su cuerpo se rebela contra ella. La genética encuentra una vía para corromperse. Enferma terminal, Ventress es la única que conoce la biografía destructiva de las cuatro expedicionarias y de todos aquellos a los que, con parecido perfil psicológico, escogió antes que a ellas. Pero Ventress es una esfinge, así que toca hacer suposiciones con ella. Por alguna razón que no se nos explica, la líder del grupo comprende que el siguiente paso, después de que el resplandor haya devorado los anteriores envíos y devuelto lo que parece un hombre (y lo ha mandado de regreso de aquella manera), es introducir a la mujer en la ecuación.

EsqueletosLa grabación de la cámara de la última expedición militar (ese intestino abierto y móvil, esa piscina), la disposición de los esqueletos junto al faro y la autoinmolación de Kane muestran a los hombres entregados a la superstición, rendidos a lo primitivo, como unos nuevos feligreses del ADN cambiante. Las mujeres no caerán en eso (al menos no todas). El rito biológico último y más complejo reduce a Ventress al papel de ingrediente de cocina. Su cuerpo se convierte en ladrillos, en piezas desmontables de un Lego genético a partir del cual el alienígena puede crear una doble de Lena. La psicóloga, una vez más, sin apenas explicar nada se entrega voluntariamente, sacrifica lo que queda de su anatomía en decadencia.

Si Ventress es una esfinge a la que le va el póquer, el alienígena está en otra liga y practica otro deporte. De ninguna manera, nos dice Garland, debido a la naturaleza extraña del visitante, podemos entender las reglas de su juego. Como ocurre con los fabricantes de monolitos, con los creadores de un teseracto en el interior de un agujero negro o con aquel planeta vivo llamado Solaris, solo podemos adivinar las intenciones de quien ni es como nosotros ni piensa como nosotros. Las cartas que el alienígena pone sobre el tapete están claras. La interpretación del tarot corre a cuenta de cada uno. En primer lugar, cae en la Tierra, junto a un faro, y crea un hábitat alrededor. Ese hábitat, el resplandor, se comporta como un conjunto de células cancerígenas: son diferentes de las células originales y se multiplican de manera exponencial. El área del resplandor se extiende a lo largo de tres años como ondas en un estanque. La fuerza de las metamorfosis es más débil en la periferia del resplandor y aumenta conforme nos acercamos al faro. En el mismo centro, donde cayó el alienígena, en la matriz, tiene lugar la sustitución de Kane por un duplicado. La forma que tiene el alienígena de salir del resplandor y conocer de verdad el mundo en el que ha caído es a través de ese duplicado de Kane. Como un dios perverso, después de crear a su Adán, el alienígena contacta con Lena a través de Kane. El duplicado entra en modo pausa mientras Lena ingresa en el resplandor y recorre el camino que la lleva al faro. El alienígena crea un duplicado de Lena, su Eva, pero ocurre algo distinto. Lena no parece dispuesta a aceptar de buen grado el sacrificio, como hicieron Kane y Ventress. El alienígena acepta el reto de la bióloga: el duplicado de Lena deja de imitar los movimientos de su némesis cuando la mujer coloca una bomba en sus manos. Parece (insisto, es lo que parece, porque aquí toca interpretar) que el alienígena deja que su Eva se consuma. El fuego que ha prendido en el duplicado de Lena se extiende a todo el resplandor. Lena regresa, no su duplicado, pero no es la misma que entró. El duplicado de Kane la reconoce y, esta vez sí, la abraza. Adán y una semi-Eva se quedan a explorar su nuevo paraíso.

Lena¿Quién es ahora Lena? Una mujer diferente, que ha caído y renacido de sus cenizas. Una mujer que en esa lucha ambivalente entre su yo científico y su yo militar ha integrado a ambos en una nueva persona. Una mujer que porta dentro de ella el material genético del alienígena, como revelan el brillo de sus ojos y el tatuaje de un uróboros que ha aparecido en uno de sus antebrazos. El uróboros como tarjeta de visita del alienígena, un tatuaje que ya se había instalado en otro miembro de su expedición y en el soldado-vegetal-cosa que crece en la piscina. El uróboros como símbolo de lo que nace, crece, muere y renace en un ciclo infinito.

La salida de la zona de confort. El reconocimiento y aceptación de la culpa, de los errores cometidos, como paso previo a la regeneración. El viaje hiriente a ese espacio en el que no apetece exponerse. La autoinmolación y posterior concepción de algo nuevo, distinto, que se debe aceptar porque lo de antes no va a volver.

¿Personajes? ¿Una historia? Sí, hay personajes. Y el viaje no es innecesariamente deprimente. Y tiene sentido.

3 comentarios en “Aniquilación: Cómo autodestruirse en 3, 2, 1…

  1. La película me gustó mucho, aunque no llegué a plantearme más profundidades como las que aparecen aquí o en algún otro comentario que he leído. Mi experiencia de la película fue disfrutarla según venía, sin pensar en más que lo que me provocaba en cada momento. Aunque reconozco que el final me dejó algo descolocado y tu interpretación es una que cuadra muy bien con mi experiencia.
    En todo caso se agradece una obra de ciencia ficción que no se quede en la espectacularidad y vaya un paso más allá.
    Saludos.

  2. Creo que se puede disfrutar igualmente sin una interpretación. Puro cine sonoro. Imágenes, sonidos y música, con la palabra y las hipótesis en segundo lugar.

  3. Pingback: Devs: esquivar al destino - Blog de Ekaitz Ortega

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