El laberinto de la Luna pertenece a uno de los subgéneros más atractivos de la ciencia ficción, al menos para mí: el de “hemos encontrado un sitio extraterrestre que ni idea de cómo va”. Más concretamente, a la línea “y, además, ojito que da calambre”. El ejemplo más conocido de esta temática es sin duda Picnic extraterrestre, la obra maestra de los Strugatski, y otras novelas memorables al respecto son Pórtico, de Frederik Pohl, o El hombre en el laberinto, de Robert Silverberg. Hay sentido de la maravilla en dosis puras tanto en el concepto de lo incognoscible de una inteligencia extraterrestre como en la ejecución del tema por parte de estos maestros.
Budrys pasó por allí antes. Esta novela es de 1960, y resulta tremendamente moderna en cuanto a su esquema y conclusión. No habrá las lamentables concesiones que Pohl llevó a cabo en las sucesivas continuaciones de Pórtico, los cada vez menos apreciables volúmenes de la Saga de los Heechees. Aquí tendremos un habitáculo extraterrestre (no un laberinto: los problemas en la traducción empiezan por el mismo título) cuyo misterio quedará abierto. Un lugar que se empeña en matar a la gente que entra en él de formas totalmente caprichosas.