Hace unos años quedé sorprendido al leer la novela Simulacron-3 de Daniel F. Galouye, publicada en 1964, en plena era de las computadoras de tarjetas perforadas. La novela, para el que no la conozca, anticipa la realidad virtual de una manera que me pareció realmente admirable. Galouye, según leo en la Wikipedia, era periodista, así que supongo que el crédito de semejante presciencia debe ser casi exclusivamente de su imaginación. Todo lo que se ha escrito después sobre realidad virtual, incluidas novelas como Ciudad permutación o El experimento terminal o los guiones de la serie Matrix son refritos más o menos actualizados y más o menos inteligentes de la idea de Galouye, o del autor que la tuviera en primer lugar, puesto que no conozco suficiente la historia de la ciencia ficción para saber si alguien se le anticipó.
Lo que sucede con la realidad virtual no es un caso aislado. Lo cierto es que, si nos ponemos a revisar la historia de la cf, hay muy poquitas ideas básicas que hayan surgido después de los años sesenta. Tanto es así, que uno se pregunta si lo de centrarse en el espacio interior en vez de hacerlo en el exterior, el recurso a temas tabú y todas esas cosas que casan bien con la década, no surgirían porque no se les ocurría nada realmente original. Da un poco de vértigo pensar que la primera historia de Fundación data de los años cuarenta. Los imperios galácticos no son nada nuevo por más que nos los sigan presentando en gran variedad de tamaños y colores. Los viajes en el tiempo existen desde 1895 si le damos el crédito a H.G.Wells, o desde 1887 si se lo damos al anacronópete de Enrique Gaspar. La idea es de las que más juego pueden dar, incluyendo al sub subgénero de la ucronía que data también como poco de los años treinta.
Si uno se pone a repasar la obra de Philip K. Dick; las novelas, pero sobre todo sus relatos breves, aparte de asomarse a una mente verdaderamente radiactiva, encontrará que hay muy pocas ideas sobre el tejido de la realidad o qué significa ser humano que no hayan sido visitadas y hasta trilladas por el autor californiano, cosa que saben bien en Hollywood, que ha descubierto en él un vivero inagotable de guiones tan impactantes a principios del siglo XXI como lo habrían sido a mediados del XX, que es de cuando datan las ideas en que se basan. Si hablamos de robots, poco se puede decir que no dejaran escrito en su día entre Asimov y Dick.
Alienígenas, historias de primer contacto, viajes espaciales, naves generacionales y otras formas de viaje intergaláctico, el fin del mundo, la guerra y, sobre todo, la posguerra nuclear, el fin del universo, sistemas políticos totalitarios realmente asfixiantes, la clonación y todas sus implicaciones a corto y largo plazo.
Las viejas ideas se han ido revistiendo con el ropaje de la tecnología actual o del futuro próximo tal como lo vemos en la actualidad. La misma Simulacron-3 dio lugar de esa manera en 1999 a la película Nivel 13. Parece que la nueva tecnología ha ayudado sobre todo a definir el escenario sobre el que se discuten las viejas ideas de siempre, a darle foco y colorido, a introducir detalles que algunas veces llegan a saturar y hasta a aburrir. Además nos ha ayudado a tener más presentes ideas que se van acercando al día a día y que antes eran solo esas chaladuras que se le ocurrían a algún fulano extraño como Dick. También los miedos y temas de actualidad en la época que nos ha tocado vivir ayudan a definir la forma de las nuevas historias de cf, puesto que al final la literatura habla del presente por más que lo escondamos tras las convenciones de los géneros.
¿Qué nos queda de la llamada literatura de ideas si resulta que llevamos décadas explotando las mismas ideas? ¿Es simplemente un marco, un escenario como pueda ser el Oeste americano? ¿Siguen las viejas ideas despertando eso que llaman el sentido de la maravilla? ¿No deberíamos bajarnos un poco de la moto con eso de la literatura de ideas? Es decir, ¿qué pasa si la literatura de ideas resulta que es sólo literatura? ¿Se pueden seguir ideando vueltas de tuerca sobre los viejos temas que nos sorprendan? Yo animaría a leer “Bajo la tapa”, un relato del hoy no demasiado estimado por la humanidad Orson Scott Card, que seguramente responderá a esa pregunta. Además, y por último, siempre nos quedará decir, sin mentir, que los grandes temas que se vienen discutiendo desde principios del siglo pasado son cuestiones que pertenecen a un futuro mucho más lejano que solamente cien años. Igual tenemos mucha prisa por ver esas maravillas, y por eso seguimos escribiendo y leyendo sobre ellas.
Recogiendo al vuelo una de las preguntas retóricas que lanzas al final, en mi caso, hay algo que me gusta encontrar: imaginación a la hora de afrontar ciertos temas muy trillados o, directamente, a la hora de plantear situaciones que implican aspectos científicos improbables/imposibles. A pesar de lo que he escrito aquí sobre los libros de los tres cuerpos de Cixin Liu, leerme sus casi 2000 páginas me mereció la pena por los (escasos) momentos en que los dos primeros libros perdían los complejos y, lejos de darme más en cantidad/dimensión, se ponían a elucubrar sin pensar en si lo que me estaba contando era o no posible. Las páginas del sofón de El problema de los tres cuerpos funcionan como gran ejemplo, y en el tercer libro hay muchos más momentos ¡atiza! a partir de imágenes bastante potentes que se me han quedado grabadas en la memoria. Y en cierta forma son maravillas que no voy a ver pero bien me gustaría, o me aterra, que fueran posibles.
Yo de momento sólo me he leído el primero, ya te contaré 🙂