A estas alturas del Siglo XXI, con la geopolítica mundial de vuelta y media, camino de un nuevo orden forjado al fuego de los miedos y mitos de los baby boomers, ponerle un Dónald a cualquier narración en el título carga las expectativas de unos prejuicios, en este caso bastante desajustados. El Planeta Dónald al frente de esta novela de Adolfina García no mantiene vínculos con el famoso descendiente de la familia Drumpf. Se refiere específicamente a nuestra Tierra a un par de siglos en el futuro, transformada por la llegada de una especie alienígena cuyo aspecto, con un poco de imaginación y esfuerzo, se asemeja a un pato antropomorfo.
El acontecimiento, ocurrido ciento cincuenta años antes del argumento planteado en Planeta Dónald, tuvo lugar en las postrimerías de la Tercera Guerra Mundial. Un apocalipsis donde los nuevos ingenios de destrucción masiva diezmaron la biosfera y a los diferentes bandos enfrentados. A pesar de encontrar cierta resistencia, los alienígenas se hicieron con el control tras una demostración de fuerza e instauraron un régimen tutelar. Los acuerdos firmados entre ambas especies reconocieron su igualdad de derechos, sin embargo de facto se impuso un gobierno a la mayor gloria de la ilustración. Todo por los terrícolas, viejos y nuevos, pero con las mínimas ingerencias de los geronterrícolas (humanos) en las decisiones de los neoterrícolas (dónalds). El estudio de multitud de conocimientos fue vedado a nuestros descendientes y su peso real en el presente y futuro de la Tierra es nulo. Apenas cinco áreas, las llamadas penínsulas, lograron una autonomía limitada y un ambiente relativamente libre de dónalds.
Adolfina García sostiene su primera novela sobre una estructura férrea y versátil. Su esqueleto está formado por un reparto coral con media docena de protagonistas cuyas historias se desarrollan en capítulos titulados con sus nombres. Se sirve de un narrador equisciente para conectar al lector con las diferentes situaciones que afrontan, en entornos complementarios para abarcar desde el mundo dónald a las comunidades humanas opuestas a su presencia, pasando por quiénes colaboran con ellos en diversos grados de mestizaje cultural. Asimismo cada capítulo se acompaña con un breve texto (recortes de prensa, documentos jurídicos…) que contextualiza alguna faceta del mundo y apoya la acción. Esta secuencia, el rumbo confluyente de las historias, la tendencia hacia el desastre evidente en su curso, apunta semejanzas con las novelas (pre)catastróficas de John Brunner escritas entre los 60 y los 70, sin abandonar el territorio de la distopía.
Si aquellas obras se servían del giro desastroso de una posible amenaza al futuro de la humanidad (la superpoblación, el apocalipsis climático, la carrera armamentística, el control de los medios de comunicación), García explora y exacerba conductas donde el riesgo emana del nacionalismo, la xenofobia y la desigualdad a todos los niveles, contextualizada en esa convivencia entre dos especies que nunca es de igual a igual. Aunque el pesimismo de Brunner, y la existencia de una trama menos tendente al encuentro, más dificultosa de seguir, cuentan en Planeta Dónald con una tonalidad más luminosa sustentada sobre un grado de complejidad más atenuado.
Anatomía y cultura aparte, el mayor contraste entre humanos y dónalds deriva de sus ciclos reproductivos y las consecuentes diferencias de comportamiento, manifestadas mediante su manera de enfrentarse al conflicto. Básicamente, como entre los dónalds no existe la competencia sexual, priman el diálogo y la argumentación mientras que en nuestra especie la violencia continúa arraigada como una respuesta fundamental ante la disensión, el desencuentro, la ausencia de compromiso, la frustración. También, la carencia para apreciar y comprender las emociones de los dónalds emerge como una limitación cuando esa falta de empatía, insensible a cómo las limitaciones impuestas sesgan el futuro de nuestros congéneres, se realimenta por la aparición de un movimiento de liberación cada vez más violento.
El relato levantado por García sobre estas cuestiones facilita la conexión con el subtexto gracias al notable trabajo sobre sus protagonistas. Todos ellos ganan relieve a través de sus acciones, sus recuerdos, sus historias personales y el entorno donde se mueven. Las tensiones se exponen cuidadosamente, ganan momento cuando la trama los conduce hacia sus clímax y se resuelven con coherencia. Con bastante más celeridad de la que se podría haber previsto en la página 200. Este equilibrio sobre el aspecto humano me ha parecido más difícil de encontrar en la descripción del futuro, donde el narrador se inmiscuye al precisar todo tipo de detalles. No de manera desaforada pero, desde mi posición como lector cada vez más de inmersión, creo que parte de esa información peca de escasa relevancia mientras pone en duda la pertinencia de los textos situados entre capítulos. También, los lectores cuyo interés en la ciencia ficción gire alrededor de los detalles del lugar narrativo pueden encontrarse con un futuro casi idéntico a nuestro presente, apenas transformado por unos alienígenas llegados hasta nuestro sistema docenas de años antes.
Independientemente de estas consideraciones, Planeta Dónald es un thriller construido sobre un sólido entramado humano y un subtexto no demasiado evidente que me ha reconciliado un poco con este subgénero después, sobre todo, del pequeño encontronazo con el último premio Minotauro. Una novela con un agradable aroma a ciencia ficción clásica, bien plantada y que protege sus limitaciones con numerosas fortalezas. He disfrutado bastante con su lectura.
Planeta Dónald (Alberto Santos Editor/Imágica Ediciones, 2018)
Rústica. 444 pp. 18,52 €
Ficha en La web de la editorial
Hola
Creo que acabé de leer Planeta Dónald más o menos al mismo tiempo que tú (Goodread dixit). A mí también me gustó la historia, especialmente los personajes, pero me surge una pregunta: ¿a qué te refieres cuando hablas del subtexto? Porque hubo un momento durante el libro en que la relación Dónalds/Humanos me recordó al apartheid.
(A partir de aquí puede haber algún leve SPOILER.)
Los Dónadls tratan a los humanos con simpatía, restringiendo algunos de sus derechos pero por su bien. Al pensar en esto al acabar el libro la imagen que me venía a la cabeza era la de “la carga del hombre blanco” de la época colonial. Cierto que aquí no hay (¿o no se muestra?) una explotación de los recursos paralela a esa supuesta protección, pero tampoco el gentry inglés se planteaba esta explotación cuando pensaba en el bien que hacía “llevando la civilización” a los pueblos indígenas.
Supongo que tu subtexto iba más por otro lado, ¿me equivoco? También sería interesante saber cuál es la opinión de la autora al respecto.
Un saludo.
Con lo del subtexto me refería a que hay temas que van más allá de lo evidente. La desigualdad y sus consecuencias, cómo la ausencia de equidad es origen de descontento y violencia, en mi lectura gozan de un papel primordial pero pocas veces se verbalizan… salvo cuando el dónald más sensible a la perspectiva humana toma la voz (y no es mucho). Se puede decir lo mismo de las posturas extremas que generan las cámaras de eco, sobre todo en el entorno puramente humano. No son aspectos explícitos en el sentido clásico (un personaje se convierte en portavoz de las ideas mediante el diálogo), pero me parecen ahí en una mayoría de historias.
Sobre el apartheid y el carácter “colonizador”… Lo primero me cuesta verlo porque no hay represión. De hecho lo que se ha convertido en un ghetto, las penínsulas, tengo la sensación que es consecuencia del deseo humano de preservar su cultura y derechos al margen de influencias “bárbaras”, como esa tecnología invasiva que cercena la intimidad. Sobre lo segundo, también he tenido la visión de los dónalds como los buenos colonizadoras que mejoran la vida de los colonizados sin permitirles acceder a una plena igualdad. Quizás porque en el pasado tampoco tuvieron la oportunidad para cambiar de idea hasta las crisis presente y futura que se plantean en Planeta Dónald.
Al contrario que las potencias de la época colonial, que buscaban poder y riquezas (lo de “la carga del hombre blanco” no creo que se lo tragara ni el más ingenuo), el único motivo por el que los dónald mantienen sometida a la población es porque, desde su punto de vista (que puede o no ser acertado), no tienen más remedio si quieren vivir en paz y con una cierta estabilidad a largo plazo. Es verdad que se apropiaron de nuestro planeta por la fuerza, pero el hecho de que optaran por complicarse la vida en lugar de recurrir a la que hubiera sido la opción más sencilla para ellos -nuestra exterminación- dice mucho sobre su talante y su código moral.
Mi intención no es describir la situación en la que vive la humanidad de “Planeta dónald” como algo ideal ni deseable, pero soy intencionadamente ambigua al respecto porque me parecía interesante explorar la posibilidad de una distopía en la que los humanos se encontraran dominados por una especie alienígena con la que, sin embargo, el lector pudiera llegar a empatizar.
En la novela aparece un amplio espectro de reacciones humanas ante esa situación (desde la oposición más violenta hasta un servilismo babosillo, pasando por el grueso de la población que se adapta a lo que hay sin pensar demasiado en sus implicaciones) y me gusta la idea de que cada lector saque sus propias conclusiones acerca de cuál de esas posiciones se acerca más a “lo correcto”.
“Un agradable aroma a ciencia ficción clásica”, sí, con un etramado complejo y bien armado. También se centra en los misterios del comportamiento humano con una precisión e imaginería que son puro impacto. El retrato que hace de las relaciones de pareja, de los miedos, complejos y sobreentendidos que hay en ellas, o las discusiones entre Max y Julie (pienso sobre todo en el capítulo que va de la página 239 a la 255), son excelentes y tan importantes como la creación de esa entera raza extraterrestre.
Por otra parte y sin querer etropearle nada a nadie: cuánto une el miedo, ¿no?
Saludos!