El árbol de Sefarad, de Lola Robles

El árbol de SefaradSutil. Este es el primer adjetivo que me viene a la cabeza cuando pienso en El árbol de Sefarad, la novela corta de Lola Robles. Primero, porque insinúa mucho más de lo que cuenta (“Esta novela no lo explica todo. Así es la literatura; y la vida”, advierte la autora ya en las páginas previas al arranque de la historia). Segundo, porque es una novela de ciencia ficción, sí (en El árbol de Sefarad hay especulación social, política y tecnológica), pero situada en un futuro tan próximo que todos los asuntos que toca nos resultan familiares y cercanos: el mundo que describe podría ser exactamente el mismo que nos aguarda ahí, a la vuelta de la esquina. Y, tercero, por el modo en el que está narrada. Robles desgrana su historia sin alharacas, de una forma sencilla, casi flemática, que, sin embargo (o quizá precisamente por eso), funciona.

La novela transporta al lector un par de décadas en el futuro para situarlo en un momento histórico en el que un grupo político, el “Partido por la Unión”, gana las elecciones de manera simultánea en Israel y Palestina, lo que supondrá la unión de ambos países en uno nuevo, el “Estado Único de Palestina-Israel”. Pero el grueso de la trama no transcurre en Tierra Santa, sino en España, en una neo comuna o Enclave, como se denomina a los asentamientos que, herederos del 15-M, surgieron “como alternativa a gobiernos corruptos y autoritarios”. A este Enclave acudirán tanto el futuro primer ministro del nuevo estado, Aaron Kafati-Jechiel, como Donald Webber, el soldado ciborg enviado por los servicios secretos estadounidenses para asesinarlo.

Los lectores que, como yo, sean aficionados a una ciencia ficción más “dura” de la que, a juzgar por la sinopsis, se van a encontrar en la novela de Robles, es posible que se acerquen al libro con prevención, especialmente si —como es mi caso— no tienen a priori un interés excesivo por el conflicto israelí-palestino. Tal vez a ellos les ocurra como a mí: que una vez se hayan adentrado en esas primeras páginas serán incapaces de dejarla y que, además, a medida que avance la trama se sentirán cada vez más entusiasmados a causa de algo que va mucho más allá del mero deseo de conocer el desenlace de la trama principal.

Lola RoblesUno de los aciertos más evidentes de la novela es el personaje de Donald Webber, el soldado estadounidense encargado de asesinar a Kafati-Kechiel. El malo, para entendernos. Realmente lo es, pero no porque acepte realizar la misión que le han encomendado —desde el primer momento queda claro que Webber no es más que un peón en una partida que él no alcanza a comprender—, sino por su manera de ser: homófobo, racista, misógino, cruel. Y, sin embargo, unas cuantas pinceladas que Robles aplica aquí y allá son suficientes para que el lector empatice con él (hasta cierto punto) y comprenda que Webber no es más que el fruto ineludible de sus propias circunstancias. No es casualidad que en la introducción del personaje éste sea presentado como víctima. Sin las prótesis que le convierten en un ciborg, el soldado sería incapaz de valerse por sí mismo, un prisionero de su propio cuerpo. Pero Webber tiene otras limitaciones que, aunque invisibles, también hacen de él un prisionero. Los barrotes de su cárcel están hechos de prejuicios, odio, incomprensión e incapacidad de ponerse en la piel del otro.

Algo similar a esta doble lectura del personaje de Webber se produce cuando Robles nos describe los intríngulis de la vida en la comuna: una forma de vida aparentemente idílica, sí, pero bajo cuya plácida superficie bullen un sinfín de conflictos. Envidias, filias y fobias, cotilleos, celos y luchas de poder empañan la sociedad ideal. “¿Por qué no habían logrado construir unas relaciones afectivas y sexuales diferentes, como habían querido, pretendido, esperado, casi todas las personas que se iban a vivir a un enclave?”, se pregunta una de las protagonistas en un momento dado, frustrada al comprobar cómo sus propias inclinaciones le impiden ajustarse al modo de vida que ella realmente aspira seguir.

Resulta asombrosa la cantidad de temas espinosos que Robles consigue ir poniendo sobre el tapete a lo largo de toda la narración. Algunos, como la cuestión de género, son abordados de manera explícita (en los capítulos dedicados a la comuna, por ejemplo, no sólo algunos de los personajes, sino también la voz narradora, utilizan el femenino en lugar del masculino si las mujeres superan en número a los hombres), pero otros (la gestación subrogada, la tolerancia religiosa, la eugenesia, la solidaridad, la vejez…) están apenas sugeridos: Robles se limita a dejarlos caer aquí y allá, materia de reflexión a disposición de aquel que quiera tomarla, ligera como el pellizco de sal que se espolvorea sobre un guiso. Con estos ingredientes, y tan sabiamente condimentados, no es de extrañar que El árbol de Sefarad resulte un bocado tan sabroso. Y sutil.

El árbol de Sefarad (Editorial Cerbero, col. Wyser nº14, 2018)
Bolsillo. 256pp. 5€
Ficha en la tienda Cyberdark.net

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