Si se es aficionado a la literatura fantástica en su acepción de amplio espectro, me parece inevitable caer rendido ante el sello Gótica de Valdemar, una colección de más de 100 volúmenes donde no sólo se encuentran recogidos los grandes clásicos de la literatura gótica. Después de cubrir los títulos obligados de Ann Radcliffe, William Beckford, Mary Shelley, Horace Walpole y el resto de sospechosos habituales, diversificaron su selección para incorporar libros más, digamos, heterodoxos. Así, lo gótico tal y como se entendía durante el siglo XIX, sin desaparecer, perdió el peso que tuvo en sus primeros cuatro decenas de títulos y se abrió un hueco a obras tan alejadas de ese origen como la antología de ciencia ficción Paisajes del Apocalipsis o Libros de sangre de Clive Barker. De los volúmenes de cuentos, particularmente siempre me han llamado la atención las antologías temáticas, entre las cuales Mares tenebrosos suele considerarse la mejor. Este mérito atañe en su práctica totalidad a su seleccionador y traductor, José María Nebreda. Como explica en la introducción, su objetivo es ofrecer algunos de los relatos más significativos que han integrado terror y mar sin renunciar a la capacidad de sorpresa de los lectores más bregados. Además de varios de los autores/obras de más renombre (Hodgson, Lovecraft), cuya presencia es inexcusable, se abre a escritores/relatos menos afamados. Un equilibrio muy complicado de satisfacer sobre todo si, como es el caso, apuestas por cuentos poco conocidos, siempre escrutados bajo una mirada más afilada para discutir si merecen o no desplazar a los inevitables descartes de relumbrón. Un juego de pesos y contrapesos del cual Nebreda sale exitoso.
Aunque se incluyen una docena de páginas dedicados a poemas de Shakespeare, Lovecraft o Neruda, Mares tenebrosos se centra en la narrativa en prosa. Y dentro del terror en el mar depara un amplio abanico de tratamientos. Abre la antología “La noche del océano”, una colaboración entre H. P. Lovecraft y Robert Barlow. Quizás es un poco gratuito en la introducción de los elementos no reales: unas criaturas que acechan desde un océano tempestuoso. Sin embargo a medida que el verano da paso al otoño y la descripción gira hacia los misterios y las sensaciones que en su narrador despierta un mar indómito, afianza una de las ideas predominantes del corpus Lovecraftiano: el universo es vasto, atemorizante e insensible a nuestras necesidades. Una perspectiva que late en otras piezas elegidas por Nebreda, anteriores y posteriores en el tiempo a “La noche del océano”.
Entre los relatos dedicados a monstruos de las profundidades, en “Fuego en el brasero de la cocina” William Outerson fabula una posible causa de las leyendas de esos barcos cuya tripulación desaparece sin dejar ni rastro. No están nada mal las dos historias de Robert E. Howard enclavadas en la ciudad de Faring, un trasunto de Nantucket donde iba a situar un puñado de relatos que, al final, se quedaron en dos: “Maldición marina” y “Desde las profundidades”. Es éste último el que entronca con el filo criaturas marinas al plantar en las calles de Faring un ser extraño que siembra el caos y la destrucción y expone a sus habitantes ante los peligros que derivan de su modo de vida: el miedo a lo desconocido, aquí realimentado con el giro fantástico. Pero en este sentido el que más me ha gustado, sin duda, es “Demonios en el mar”, de William Hope Hodgson. Como en los anteriores, sobre cualquier otro aspecto priman la acción y lo incierto de los riesgos en el océano, y está presidido por ese fatalismo inherente a ese mar inmenso y salvaje.
De Hodgson se incluye un segundo cuento, el clásico “Una voz en la noche”. Un marino recuerda su encuentro con una pequeña chalupa en la cual un hombre, oculto en todo momento, le relata cómo terminó junto a su mujer en una isla inóspita poblada por una naturaleza fungosa que amenaza con colonizar sus cuerpos. El pesimismo asociado a un hundimiento, el riesgo de no ser rescatado y el padecimiento bajo el hambre y la sed se acrecientan con la presencia de una naturaleza exuberante, ávida por parasitar hasta el último nicho a su alcance. La cadencia marcada por Hodgson y la secuencia de los acontecimientos acrecientan una angustia desoladora.
Curiosamente, a continuación figura el relato que más me cuesta aceptar en todo Mares tenebrosos: “La isla de los hongos”, de Philip M. Fischer. Una elaboración de “Una voz en la noche” donde Fischer cuenta la llegada de un grupo de náufragos a una isla prima hermana de la de Hodgson. Un homenaje sustentado sobre descripciones más extensas del descubrimiento de la fauna y “flora” de la isla y sus interacciones con los recién llegados. Quizás pueda satisfacer a los aficionados de los escenarios exuberantes, pero me cuesta verle cualidades atractivas más allá de su obsesión por el detalle. Además se come muchas, demasiadas páginas (60) que bien habrían servido para alguna otra propuesta.
Todos estos cruces con los ignoto son apenas un aperitivo del texto más impactante de Mares tenebrosos: “Al otro lado de la montaña”, de George Bernanos, sobre la cual escribía aquí hace unos días. Y de uno de los más modernos, con ecos del omnipresente Hodgson: “El pecio de la muerte”. Simon R. Clarke y John B. Ford ponen a una tripulación ante un encuentro equiparable al de “Fuego en el brasero de la cocina” o “Demonios en el mar” para llevarlo un paso más allá. El narrador y sus compañeros se enfrentan al abismo descubierto bajo de sus pies, un pedacito de infierno en la Tierra aderezado con las necesarias cargas de desasosiego y tormento.
Abandonadas las aguas de lo abominable, toca pasar a las historias de fantasmas más canónicas. Me ha sorprendido “Un barco maldito”, de Joshua Snow, un autor del cual no existen datos biográficos y que Nebreda presume coetáneo de Poe. Su pieza es un relato clásico de apariciones tremendamente atmosférico y con un giro final sorprendente, por cómo está ejecutado y por lo original que resulta en una narración de la primera mitad del siglo XIX. En otro tercio, también he disfrutado mucho con “El buque fantasma”, de Richard Middleton, una humorada sobre la materialización de un barco fantasma en un campo de cultivo a las afueras de un pequeño pueblo entre Londres y Portsmouth. La relación entre los habitantes del pueblo y los visitantes me ha recordado a comedias de Alexander Mackendrick como Whisky a Go-Go. Divertidísimo.
En un tono más serio, Jack Cady vuelve a tirar de su experiencia en el servicio de guardacostas de EE.UU. en “Una deuda de marinero”. El autor de La guardia Jonás plantea el drama alrededor de una desastrosa partida de búsqueda y rescate marcada por los testimonios incompletos, cuando no incongruentes, de sus supervivientes. Una tensión en aumento carcome un testimonio que desnuda todas las secuelas, los prejuicios y la incompresión de un trauma años después del final de la Segunda Guerra Mundial.
Pasando ya a las historias de terror sin elementos sobrenaturales destaca “La llave de los tres esqueletos”, de George D. Teudouze, sobre el asedio de una horda de ratas hambrientas a tres hombres encerrados en un faro aislado. Un claustrofóbico recuerdo de que la naturaleza ya es suficientemente imprevisible y violenta sin aditamentos de ningún tipo. Mientras, en “El misterio del Vislatek” Óscar Sacristán ofrece un relato de suspense canónico, insidioso por su manera de jugar con las expectativas del lector (¿es o no fantástico?), que crece con las enigmáticas muertes y desapariciones de los miembros de una tripulación al poco de recoger al único superviviente de un barco a la deriva. La estructura alrededor del diario del capitán, la carga misteriosa, los nombres eslavos, lo inexplicable de ciertos sucesos… todo en “El misterio del Vislatek” resuena con el viaje del Demeter de Dracula, alimentando por un par de situaciones de habitación cerrada y la desesperación y ¿locura? de su narrador, cada vez más alienado de los hombres bajo su mando. Aqueja problemas de ritmo, ocasionales señales de agotamiento y esa distancia tan habitual en historias de este tipo con los personaj… nombres que mueren. Pero me parece el representante más digno entre los tres relatos escritos por españoles (los de Julio F. Guillén y Vicente Blasco Ibáñez no pasan de discretos).
Hay alguna historia más, pero ya he establecido la idea general detrás de Mares tenebrosos. Una gran antología temática que merece la pena redescubrir ahora que Valdemar publica su hermana Aguas profundas. Como apunte final, mi segunda edición mantiene todavía varias erratas (alguna risible, como esos cachalotes convertidos en ballenas de esperma (sic)). Hasta en Valdemar pasan estas cosas.
Mares tenebrosos (Valdemar, col. Gótica nº53, 2004)
Traducción: José María Nebreda
Tapa dura. 515pp. 28 €
Ficha en La tercera fundación