Hace unos meses escribía por aquí sobre la tozudez de ciertas editoriales a la hora de actualizar las traducciones de títulos con varias, muchas décadas a sus espaldas. En este sentido, bien está alabar los ejemplos en los cuales te llevan la contraria y deciden actualizar un texto para darle aire fresco al ponerlo de vuelta en las librerías. Tal es el caso de Minotauro. En el mes de Abril reeditó dos de sus ya contados autores fetiche: Los jugadores de Titán, de Philip K. Dick, con traducción de Juan Pascual, y este La rueda celeste, de Ursula K. Le Guin, con una nueva versión en castellano obra de Miguel Antón. El ejemplar que he leído, además, es una edición electrónica muy asequible (menos de 5 €) a la que apenas se puede echar en cara alguna erratilla y el estúpido DRM.
La rueda celeste pasa por ser uno de los libros más singulares de la trayectoria de Le Guin. Justo por lo que se suele comentar siempre que se escribe sobre él: es Le Guin escribiendo una de Dick. Y por mucho que me guste tirarme el pisto de alejarme de los lugares comunes, me resulta del todo imposible porque, es necesario repetirlo, La rueda celeste es Ursula K. Le Guin escribiendo una de Dick. Sin embargo, aparte de conseguir una buena novela, la autora de Los desposeídos introdujo los suficientes matices propios como para realzar el resultado final por encima de la simple imitación/homenaje hasta convertirla en una novela que no tiene nada que envidiar a sus mejores obras siendo diametralmente opuesta en estilo, tono y personajes.
El protagonista, George Orr, habita en un escenario en la intersección de las novelas catastróficas escritas por John Brunner entre finales de los 60 y comienzos de los 70. Su estado de angustia existencial se ve agravado por la capacidad con la que malvive: algunos de sus sueños cambian el mundo. Para hacerse una idea, Orr puede echarse a dormir en una Tierra superpoblada y, tras un sueño efectivo, despertarse con la mitad de sus congéneres muertos en una pandemia ocurrida unos años antes. Incapaz de controlar su don, aterrado ante la posibilidad de arrastrar la realidad hacia una situación todavía más insostenible, trampea el sistema sanitario con el fin de conseguir las drogas necesarias para eliminarlos. Sin embargo tiene mala suerte, le pillan y como parte del castigo debe someterse a terapia de la mano del doctor William Haber. Haber se da cuenta de la habilidad de Orr y mediante la hipnosis comienza a modelar los estados de sueño de su paciente. Con unos resultados que nunca se ajustan a su planificación.
Le Guin estructura La rueda celeste con una simplicidad ingeniosa. Prácticamente todos los capítulos se abren desde alguna faceta de la vida de Orr antes de entrar en o tras salir de la consulta de Haber. En esa descripción se introducen pequeños desacordes respecto a la realidad descrita en el capítulo anterior; la ventanilla que permite apreciar las alteraciones sufridas tras el último sueño y el preámbulo para entrar en una nueva terapia, la puerta abierta hacia nuevos cambios. Las disonancias, cómo Le Guin las presenta y desliza la certeza hacia el territorio de lo extraño, es uno de los placeres de La rueda celeste. En ese sentido no tiene nada que envidiar a los mejores momentos de Ojo en el cielo o unas cuantas novelas de Dick de los sesenta como Ubik. Esta cadena de causa-efecto no sólo funciona por las alocadas divergencias que se suceden de un capítulo a otro, un pequeño catálogo de las más granadas causas de la ciencia ficción catastrofista y distópica: la crisis energética, el delirio eugenésico, cataclismos naturales, el colapso ecológico, la llegada de alienígenas…
La tensión entre Orr y Haber crece a medida que se aposentan en sus roles, con Orr atrapado por su pánico a la ausencia de control y un Haber entregado a su labor como demiurgo. Le Guin desposee a esta figura de los habituales transtornos Dickianos (esa esquizofrenia ideosincrática) y lo aborda desde una perspectiva racionalista. Haber es el científico que, valiéndose de la tecnología, persigue el mejor de los mundos posibles a través del control del subconsciente de su paciente. Y como en los cuentos de los deseos otorgados por lámparas o manos mágicas, las consecuencias imprevistas siempre van más allá de sus buenas intenciones. A su vez, el personaje de Orr es particularmente interesante. Por cómo se muestra acomplejado por su potencial, encerrado en las sucesivas realidades modeladas por Haber, sin escapatoria, y cómo se suceden las interpretaciones sobre lo que le ocurre. Asimismo destacan la presencia de Heather Lelache, la mujer a la que acude en busca de ayuda, testigo de uno de los sueños y, a partir de ese momento, actriz indispensable en su huida; y unos alienígenas que quizás son uno de los elementos más jugosos debido a su ambigüedad. ¿Se han sentido atraídos hacia La Tierra debido al don de Orr o son una manifestación creada por él en su camino hacia la liberación?
Siendo una novela breve para los estándares actuales, La rueda celeste puede hacerse un poco larga después de varias iteraciones. Personalmente hubiera agradecido una conclusión más temprana. Además la parte en la cual Haber explica el funcionamiento de su máquina y su interacción con los sueños de Orr es un tanto farragosa. Pero me parece poca cosa que echar en cara a una obra que, en menos de 300 páginas, sublima lo mejor de la ciencia ficción de la época.
La rueda celeste (Minotauro, 2017)
The Lathe of Heaven (1971)
Traducción: Miguel Antón
eBook. 240 pp. 4,74 €
Ficha en La Tercera Fundación
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