Dorada, de Lucius Shepard

Dorada

Dorada

Lucius Shepard es un nombre que sonará un poco a aquellos lectores del fantástico que ya estaban en activo a principios de los 90 del pasado siglo. En efecto, su antología The jaguar hunter (1987), que aquí fue publicada por Alcor en dos tomos –descatalogados hace años–, El cazador de jaguares y El hombre que pintó el dragón Griaule (1990), fue un discreto éxito en nuestro país. Estos cuentos, que junto a la antología cosecharon unos cuantos premios internacionales, mostraron al lector español un autor complejo, imaginativo y de una gran riqueza estilística. Razones éstas, junto a una forma de escribir más cercana al realismo mágico que a la ciencia ficción o la fantasía «standard», que hicieron que fuese editado especialmente fuera de colecciones de género –como fue el caso de estas antologías pero también de su novela Vida en tiempo de guerra por Jucar, todavía disponible en alguna librería de segunda mano a precio de risa–, y que en nuestro país le perjudicó un tanto ya que, probablemente, evitó una mayor resonancia dentro de los círculos más «fandomíticos» y, por tanto, su desaparición como autor a editar.

Para aquellos que disfrutamos con sus obras, Shepard se convirtió en uno de esos autores añorados al que sólo podíamos seguir de lejos viendo los títulos –The Scalehunter’s Beautiful Daughter, The Father of Stones, Lousiana Breakdown, Viator…– y premios que recibía en años sucesivos –entre otros, seis Locus, dos Premios Internacionales de Fantasía, un Nebula y un Hugo–. Personalmente, además, me hice en ocasiones la pregunta de cómo habría evolucionado alguien tan especial como Shepard y óomo se habría desenvuelto en un mercado tan competitivo y atroz –para gente como él, tan diferente de los autores más adocenados y proclives al best-seller– como el que surgió en EE.UU. a mediados de los 90. Bien, gracias a una editorial tan arriesgada –por suerte para todos– como Bibliópolis parte de estas preguntas han obtenido respuesta gracias a la publicación de Dorada, una novela de 1993 que ganó el Locus a la mejor novela de terror.

Dorada es, en apariencia, una novela de vampiros de las muchas que florecieron a raíz del éxito de Anne Rice. Y digo aparentemente porque, en cierta forma, también puede verse como una respuesta burlona a cierto tipo de obras de terror y a cierta forma de escribirlas.

Corre el año 1860, Michel Beheim, antiguo detective de la policía de París y joven vampiro, es encargado de investigar un terrible asesinato que ha conmocionado los cimientos de las diferentes familias de los no-muertos. Y aunque éste es el eje por el que circula toda la historia, no es menos cierto que no estamos ante un cruce entre la novela policíaca clásica y la novela de terror igualmente clásica. Descubrir quien es el asesino es importante pero más como mcguffin que como punto sustancial de la novela. Un pequeño inciso, personalmente descubrí quién era el asesino a las veinte páginas y en nada me afectó para seguir disfrutando del libro.

En efecto, los intereses de Shepard son otros aunque, no es menos cierto que, al principio, al lector se le pueden escapar e, incluso, resultar confusos. En muchas ocasiones parece mirar por encima del hombro a escritores coetáneos como Anne Rice o Poppy Z. Brite y decirles de forma irónica: «Un segundo, por favor, así es como realmente se hacen las cosas».

Desde un principio, nuestro autor quiere deslumbrar al lector y a fe mía que lo consigue y de múltiples maneras. En primer lugar con el estilo, que ha sido su mejor arma desde la época de El cazador de jaguares, complejo, denso, barroco y muy literario. Con largos y potentes párrafos descriptivos –de una gran belleza– y, en ocasiones, largas pausas donde el tempo narrativo parece congelarse. Algo que hará las delicias de los lectores más cómplices con estos recursos pero que puede desamar a los que esperen algo más ligero o cercano a la evasión pura y dura.

Sin embargo, probablemente, el mejor recurso con el que cuenta el libro es el estudio de personajes que lleva adelante. Docenas de vampiros han cuajado las páginas de la literatura a lo largo de los siglos pero pocos autores han conseguido un retrato tan perfecto del paso de alguien humano a otra cosa –con la posible excepción de Suzy McKee Charnas en El tapiz del vampiro que, en cierta forma, realiza un camino inverso–. Michel Beheim se convierte en una especie de antihéroe romántico por excelencia. Alguien para el que lo humano es todavía muy cercano pero donde lo vampírico se está empezando a convertir en una nueva naturaleza tan terrible como hipnotizante, una naturaleza totalmente opuesta a su antiguo yo que le fascina y le repele a la vez, que le atrae y le aterroriza. La mutación de Michel Beheim de humano casi vampiro a vampiro cada vez menos humano es el auténtico punto focal alrededor del que gira todo el libro. Un viaje iniciático sobrecogedor  y maravilloso pero doloroso y terrible. Ningún cambio profundo en nuestras vidas sale gratis y los temores y sufrimientos de Beheim son una perfecta metáfora de esta gran verdad.

Shepard, además, es capaz de crear una muy lograda ambientación. Su sociedad vampírica es compleja y original. Las reglas y leyes que la rigen son frescas y atractivas, basándose más en la ciencia que en la magia y siempre mostrando más que explicando, insinuando más que describiendo. El propio castillo donde transcurre la novela, Banat, con sus pasadizos y habitaciones laberínticas, sus extravagantes moradores, sus agujeros a otras dimensiones y su continuo aire de extrañeza y novedad se acaba convirtiendo en un personaje más del libro y no el menos importante ni evocador. La potente imaginación visual de Shepard y su amoral forma de enfocar la historia consigue pasajes realmente sobrecogedores dignos del mejor Clive Baker y que son otro de los grandes activos de este libro.

No obstante, tanto exceso narrativo, hasta cierto punto efectista, hace que, en ocasiones, la novela parezca que va a zozobrar. La exageración y ostentación de determinados momentos hace que Dorada camine durante demasiadas páginas en la cuerda floja entre lo sublime y lo ridículo. Muy a menudo, Shepard parece querer alardear de sus habilidades ante su público y sus colegas, «ahora voy a escribir una pelea que va a ser la madre de todas las peleas», «ahora un polvo que va ser el mejor polvo nunca escrito», etc, etc. Y el problema es que, en demasiadas ocasiones, estas escenas, aunque impactantes por si mismas, encajan mal en la trama. Vale, la pelea ha sido alucinante pero ¿qué aporta a la novela? ¿Qué papel juega en la historia aparte del de fuego de artificio? Afortunadamente, a partir de la mitad del libro, el norteamericano decide encauzar las cosas, coger las riendas y dejarse de efectismos y lleva el resto de la novela hasta un final tan apropiado como impactante.

Por una vez, los textos promocionales tienen razón. Dorada, como reza su contraportada es, realmente, una obra profundamente original, pero, además, un libro bello y perturbador fruto de una voz tan única como necesaria, tan especial como urgente. Esperemos que a partir de ahora no tengamos que esperar otros quince años antes de ver más obras de Shepard publicadas en nuestro idioma.

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