Antes de abordar la tarea de resumir y comentar Echopraxia, y sólo para aquellos que no estén familiarizados con la obra de Peter Watts, diremos que es biólogo marino, que después de ejercer como tal unos cuantos años dio la espantada (parece que el malmeter de la industria no le dejaba conciliar el sueño) y se puso a escribir, y que en su obra suele abordar, entre otros, temas relacionados con la ciencia y sus limitaciones, la religión, la reciprocidad (o más bien la falta de ella) entre conciencia e inteligencia, el libre albedrío y la evolución, todos ellos pasados por un tamiz científico (como no podía ser de otro modo), aunque no del todo cientista.
Una de las particularidades que hace que Watts sea uno de los autores de ciencia ficción más interesantes de los últimos años es que es capaz de producir obras de cierto calado mental y con cierta tersura filosófica, y al mismo tiempo, aparte de la mera enjundia y la mera profundidad, plantear estas inquietudes sobre un armazón narrativo que podemos tildar, sin ningún tipo de pudor, como popular (entendido el término en su sentido friquista imperante en nuestros días), y que podríamos resumir así a bote pronto, y ciñéndonos concretamente al díptico Firefall1, como el cóctel no del todo excepcional que obtendríamos si mezcláramos el cine de terror espacial al estilo Alien: el octavo pasajero, los vampiros depredadores de una película como 30 días de noche y los zombis desnortados de un Romero o un Fulci (aclaro que no hay zombis en Visión ciega). Pero, como decimos, esto sólo sería una burda aproximación, unos torpes brochazos para orientarnos un poco, porque, claro está, ni los alienígenas, ni los vampiros, ni los zombis de Watts tienen mucho que ver con los alienígenas, los vampiros y los zombis a los que nos tiene acostumbrados el cine/literatura/cómic/vídeo-juego de terror al uso. Los monstruos de Watts sí son excepcionales, como también es excepcional el tratamiento que hace de los temas clásicos de la ciencia ficción. Watts no se ha inventado nada, pero ese cóctel, espolvoreado con montañas de datos y unos cubitos de acción trepidante, presentado con rigor científico (o al menos con un buen barnizado de rigor) y un estilo descarado no exento de lirismo (un lirismo tecnoide), hacen del canadiense un autor fuera de lo común.
Al tema: 2096. Han pasado catorce años desde el acontecimiento que desencadenó las desventuras que se narraban en Visión ciega. Tras un breve y feroz preludio nos situamos en el desierto de Oregón, donde Daniel Brüks, biólogo de profesión y nuestra única ventana2 a este mundo en la antesala del siglo XXII, se dedica a estudiar la fauna del lugar, un pelín asqueado de la vida en general y de la suya en particular. Sin comerlo ni beberlo Brüks se verá envuelto en un conflicto entre una vampiro y su séquito de zombis militarizados, la Orden Bicameral (una especie de secta científica que se vertebra en mentes colmena), y los agentes de los siempre siniestros y maquiavélicos poderes fácticos de turno. Huelga decir que al bueno y primitivo Brüks este embrollo le viene más que grande, por no hablar de todo lo que acontece después. Y esa será también la sensación que invada al lector: el apabullamiento mayúsculo ante unos sucesos apenas comprensibles, apenas vislumbrados tras los aludes de información generados por el manto de interfaces que desentrañan la realidad de un mundo a todas luces presa de una Singularidad (lenta pero segura).
Desde el desierto daremos un (buen) salto hasta las inmediaciones de Venus y más tarde, huyendo de un enemigo nebuloso, acabaremos muy cerca del Sol, donde la Corona de Espinas (en la que nos vamos a pasar buena parte de la novela) atracará en la Formación de Ícaro, el generador de telemateria que propulsaba la Teseo en Visión ciega. Y será en la Corona de Espinas, en sus cavernosos pasadizos y habitáculos, entre su extraña y mejorada tripulación, donde Brüks se sentirá más inútil que nunca, literalmente un parásito sobrepasado por unos compañeros de viaje ininteligibles y un entorno que sólo Perogrullo se atrevería a llamar hostil.
Una vez atracados en la Formación de Ícaro la obsolescencia y las neuras de Brüks pasarán a un segundo plano porque tendrá lugar un encuentro con algo que más que el clásico Big Dumb Object (el objeto tocho tontaina) en este caso es una Small Smart Thing (una cosita espabilada) y ese algo habrá de ser estudiado y analizado. Y Watts nos mantendrá ocupados y atrapados entre la Formación y la Corona, nos irá revelando claves, nos dejará patidifusos con sus increíbles especulaciones (Dios como adicto a la pornografía; ¿alguien da más?)3, hasta que finalmente volvamos a la Tierra (o a lo queda de ella), no sin pasarlas canutas, y de vuelta en el desierto, donde empezó esta particular odisea, nos daremos de bruces con la realidad de un siglo que parece habernos dejado atrás como a los simples antropoides que somos.
Los paralelismos con Visión ciega son muchos. Si ésta fuera una radiografía podríamos decir que Echopraxia es su reverso. Para empezar, la tripulación de la Corona de Espinas4 es prácticamente un calco de la tripulación de la Teseo; luego está la presencia de la propia nave, su protagonismo, que aquí es tan importante, tan subyugante, como ya lo era en Visión ciega; y por último los temas que se plantean: si bien Watts no vuelve a tocar exactamente los mismos acordes del primer contacto que tan buenos réditos le dieron en el pasado (aquí se centra más en los límites de la ciencia y la volubilidad y maleabilidad de la ideología), sí aborda de nuevo la cuestión de la conciencia, aunque en realidad lo que hace es seguir la senda sin retorno que empezara a trazar en la primera parte de la (por el momento) bilogía, senda que para esos simples homínidos que un buen día se alzaron sobre dos patas y cogieron un palo no conduce precisamente a la Jauja soñada por los adalides de la Singularidad, sino más bien a todo lo contrario, a lo que vendría a ser el panel derecho de un Jardín de las delicias en el que la especie humana como tal ha quedado completamente desfasada.
Echopraxia presenta un aluvión de epígrafes (se cita entre otros muchos a Anatole France, Buckminster Fuller, Samuel Butler, Shakespeare, Ralph Waldo Emerson, Yeats, Whitman, Dick, Einstein, Orwell, Alfred Russell Wallace y Robert Louis Stevenson), que aparte de guiarnos cual candil a través de los oscuros recovecos de la tenue trama, si se les presta la debida atención, nos dan la pista de lo que hace que Peter Watts sea Peter Watts, a saber, que concilia como muy pocos esas dos cosas que parecen condenadas a no entenderse: la cosa literaria y la cosa científica. Porque sí, puede que la intriga de la novela sea un nudo gordiano difícil de desentrañar5, puede que haya muchos puntos en común con Visión ciega, puede que los giros y el suspense ya no nos sorprendan tanto o no nos mantengan tan en vilo, puede que en cierto sentido Watts nos esté dando más de lo mismo, pero el caso es que a ras de página, párrafo a párrafo, despachando jerga y desbarrando en lo especulativo, lo que hace el canadiense es virguería fina. Y no es que eso nos sorprenda a estas alturas, pero en Echopraxia esa conjugación alcanza cotas a las que no había llegado antes.
Dos detalles para ilustrar lo depurado y coherente de la voz wattsiana; prácticamente todas las metáforas y símiles en el repertorio de Watts/Brüks derivan de procesos biológicos o comportamientos del mundo animal o vegetal (tanto autor como personaje son biólogos, no lo olvidemos) y ya sólo por eso el libro brilla con luz propia; por otro lado podríamos hablar de una lírica de la información, porque por momentos Watts es capaz de hacer poesía de la abundancia de interfaces y de datos que se acumulan alrededor de los personajes (ultrasonidos, luz infrarroja y ultravioleta, impulsos galvánicos, sonar…). Son detalles como estos, este disfrute del texto como texto, los que hacen que Echopraxia no sea sólo una aventura en los márgenes de una Singularidad intrínsecamente insoslayable, sino también un alarde de orfebrería del más alto nivel conceptual vertido en un estilo que va directo al bulbo raquídeo atravesando el conducto de lo poético.
Echopraxia, de Peter Watts.
Tor/Forge, Agosto 2014
384 pp
1 Así es como se titula la edición conjunta de Blindsight y Echopraxia; la segunda es una sidequel de la primera, ya que comparten algunos personajes e hilos argumentales, aunque se puedan leer de forma separada.
2 La novela está narrada en tercera persona, limitada al punto de vista de Daniel Brüks. Aprovechamos para recordar que Visión ciega estaba narrada en primera persona desde el punto de vista de Siri Keeton.
3 Presentadas en los diálogos entre unos personajes que por mucho que sirvan de transmisores de ingentes cantidades de información no se quedan ni mucho menos en meras cabezas argumentativas, aunque antes prefiramos mil cabezas argumentativas que esos personajes bien perfilados y bien troquelados según el patrón que dicte la moda o el canon de turno y que a fin de cuentas no dejan de ser arquetipos vacíos. Watts es capaz de nadar y guardar la ropa y sus personajes tienen cuerpo y al mismo tiempo ejercen de cabezas argumentativas con fruición.
4 Jim Moore, el agente en la sombra, con más dobleces que un cachorro de Shar Pei, obsesionado con el hilillo de transmisiones que llegan desde más allá de Plutón y que bien podrían ser un mensaje de su hijo o de algo que podría hacerse pasar por él; Valerie, la vampiro, escapada de un centro de investigación –ella era el objeto de estudio– y cuyos intereses son si cabe más oscuros que los de Moore; Lianna, la intérprete de los Bicamerales y para nuestro desorientado protagonista uno de los pocos hombros a los que arrimarse; Sengupta, la piloto de la nave, malhablada y displicente, y que, en este caso no podemos decir que azarosamente porque nada en Echopraxia parece casual, tiene una conexión más que imbricada con Brüks.
5 Acostumbrados a sus papillitas, habrá algunos lectores a los que esa mezcla de infusión literaria y profusión de jerigonza, sumada a falta de asideros argumentales, se les atragante o simplemente les dé pereza. En nuestra humilde opinión el esfuerzo, que en realidad no es tal si la novela se lee en pequeñas dosis, sorbito a sorbito, como el whisky que comparten Brüks y Moore, merece mucho la pena.
Jajaja, yo había leído la teoría de Dios como el Gran Mirón, lo de adicto al porno la supera.
Reseñaca, tengo unas ganas locas de leer la novela, a ver si supero el bloqueo de lector que me ha generado Ancillary Justice y me pongo con ella. Me ha gustado muchísimo como haces hincapié en el estilo de Watts. Lo que son los prejuicios, la primera vez que leí “Visión ciega” me parecía que era el típico escritor de hard, y no le presté atención, me parecía un estilo hasta engorroso. Pero la segunda vez que lo leí me di cuenta de lo equivocado que estaba, el tipo escribe con un lirismo tecnólogico al estilo del mejor Gibson o las parrafadas lisérgico-científicas del Stanislaw Lem de “Fiasco”. El párrafo final de la destrucción de la Teseo es acojonante en ese sentido.
También me ha gustado que traigas a colación ese concepto de protagonista humano enfrentado a seres, escenarios y situaciones que le superan, que no puede entender, parece que Watts lo ha resuelto bien a pesar de la dificultad que supone. Es decir, plasmar esa situación alienígena, no-humana, en un texto entendible para cerebros humanos limitados (nosotros, los lectores) es un trabajo jodido, ahí hay un muro, un límite de la cf difícil de superar, porque si quieres ser coherente y llegar realmente hasta el final, el resultado debería ser ininteligible para el lector (y hasta para el escritor). En el AMA que hizo Watts en Reddit lo cuenta muy bien y se muestra inseguro de cómo le ha quedado, te pongo el enlace por si no lo habías leído, que siendo fan de Watts es lectura obligada.
http://www.reddit.com/r/IAmA/comments/2enwks/iama_science_fiction_author_named_peter_watts_i/
Por lo que comentas, parece muy diferente de Visión ciega, que conceptualmente tendía a diez y literariamente a cero.
La “perezosidad” de la peña es directamente proporcional a la hipotenusa del mercado.
No hay textos “hard”, sólo lectores reblandecidos por el medio.
La disneyficación de las realidades mentales de la vasca es una estrategia de doble filo.
La sartén le dijo al cazo: “si me enseñas tu puerto USB, yo te enseño mi Firewire”.
Dice el por estos parajes bien apreciado M John Ha a propósito del díptico (que será trilogía algún día):
“For the pure tripped-out strangeness sf does best: Peter Watts’ absolutely mad & engrossing Firefall.”
Que traducido a la tremenda viene a ser:
“Firefall es una locuraza del quince absorbente como Spontex.”
Lo que comenta de la última de Gibson no es moco de gavilán tampoco. Le tengo bastantes ganas.
https://ambientehotel.wordpress.com/2014/12/13/2014-reads/
https://www.whatshouldireadnext.com/blog/the-almost-complete-peter-watts-ama-transcript
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