He aquí un libro corto, casi de descanso. Parientes pobres del diablo se asemeja en brevedad y fisonomía a Sueño profundo, la recomendable antología de Banana Yoshimoto editada también por Tusquets. Consta de tres cuentos largos –o nouvelles, en registro afrancesado– que tocan temáticas diversas, pero que comparten un denominador común, el de la respuesta humana ante el elemento sobrenatural. Tres historias en las que el encuentro de los personajes con lo fantástico provoca reacciones de signos opuestos: aceptación, repudia e indiferencia.
Un comerciante sufre en África los efectos de una extraña maldición al alojarse en un pequeño hotel en apariencia tranquilo y confortable. Un joven de buena familia decide emplear su tiempo y sus viajes en investigar una casta humana nacida para el mal, perfecta encarnación de lo diabólico. Una anciana suspicaz, temerosa de que sus familiares la ingresen en una residencia, atribuye a un «simpático» moscardón su alteración de rutinas y el reencuentro con viejas compañeras de colegio, con las que revive —¿o transforma?— escenas del pasado.
La narrativa de Cristina Fernández Cubas gana con la distancia; cuando no se tiene el texto delante, éste comienza a adquirir profundidad. Su estilo, de una gran pulcritud, ha hecho del alejamiento narrativo, tal como se indica en la contracubierta, su virtud principal. Sin embargo, lo que en autores como J. G. Ballard revierte en un extrañamiento enriquecedor, en Cubas se constituye en una excesiva frialdad que hace muy difícil la empatía e identificación con los personajes. Es más tarde, cuando se deja pasar el tiempo y se reflexiona sobre lo leído, cuando la narración comienza a sugerir implicaciones que se habían pasado por alto.
“La fiebre azul” abre la antología y es, para mi gusto, el cuento de mayor calidad. Los párrafos dedicados al hecho sobrenatural con que se topa el protagonista, su encuentro con la esencia de sí mismo en el oscuro cuarto de un motel, traen a la memoria al Mauppassant más terrorífico. Es un cuento de rasgos metafóricos que muestra, en clave de autodescubrimiento, el hastío tanto familiar como personal de un estafador profesional travestido de burgués. Las descripciones africanas, tan someras como sobrias en el estilo sin adornos de Cubas, ofrecen la información justa para situar a personajes y hechos –principal preocupación de la autora– en un entorno que, debido a esa racanería descriptiva, podría haber transcurrido en cualquier otro sitio de haber elegido un par de sustantivos distintos. El hogar, tal como descubrirá finalmente el protagonista, no está donde uno decide, sino donde uno se lo encuentra.
“Parientes pobres del diablo” da título al libro y se presenta como el más ortodoxo de los tres cuentos. Lejos de gustarme, me ha parecido incluso el más flojo debido a su previsibilidad. Es el único cuento de los tres que busca con firmeza un desenlace lógico, una conclusión sorpresa que resulta tan previsible que defrauda. Quizás porque Lovecraft ya describió, hace casi un siglo, el sobrecogimiento inicial y asunción posterior de quien se descubre miembro de una especie maldita.
“El moscardón”, sin embargo, se declara tan críptico que es quizás el que más gana en la meditación posterior. Cabos aparentemente sueltos y misteriosas apariciones del pasado parecen erigirse en protagonistas de la historia, pero no son mas que elementos al servicio del verdadero tema que trata este misterioso cuento, que no es otro que la naturaleza perecedera de la memoria.
En todo caso, se trata de un libro recomendable por su estilo equívocamente llano, puesto al servicio de enigmáticas tramas que invitan a ejercitar el cerebro, a preguntarse por posibles significados. Cristina Fernández Cubas ha desarrollado con los años la capacidad que sólo poseen los grandes escritores: hacer pensar.
Nota: Esta reseña fue publicada originalmente en Literatura en los talones