Fracasando por placer (XLIII): El estrecho de Bering, de Emmanuel Carrère

El estrecho de Bering

Sería muy oportuno darme de baja ahora cuando Emmanuel Carrère amenaza con convertirse en un referente convencional: premio Príncesa de Asturias (oh, ¡tan prestigioso, tan importante a nivel mundial!), máxima figura de la ahora muy de moda novela de no ficción, cronista literario de grandes eventos en medios internacionales, director de cine, a veces señoro rijoso y a veces digno caballero enternecedor. Pero no puedo olvidar el hecho de que uno de sus libros, El adversario, se cuenta entre los más impresionantes que he leído en mi vida, y considero obras maestras sin paliativos al menos otros dos suyos, Limónov y El reino.

Pero como ocurre muchas veces con la gente que surge de la condición de artista de culto para emerger a figura reconocida, Carrère se está volviendo un poco cansino, porque lo que era original puede convertirse en repetitivo cuando el creador o su entorno intuyen que es la razón de su éxito y lo explotan, exprimen y estrujan. Porque hay que decir que el germen de su cansinismo estaba ya presente en su obra, sólo que al no reírsele antes todas las gracias, quedaba un tanto subsumido. También a esa sensación de fatiga que va produciendo Carrère contribuye el hecho de que, al ser un autor que vende, se están recuperando las notas que tomó en el retrete un miércoles de abril en que iba mal de vientre y se entretuvo más tiempo del habitual. Es el caso de este librito.

Lo traigo aquí, de todas formas, porque resulta que es un ensayo sobre ucronías. De los cinco párrafos de los que consta la contraportada, este detalle sólo se menciona en uno, no vaya a ser que algún lector de Anagrama pueda pensar que este libro va de siensiafisión o algo así raro. Tampoco se comenta que el origen del texto es la tesina de Carrère, y que se escribió hace unos cuarenta años. Es decir, que es un trabajo acerca de un género que se ha multiplicado, pero escrito muchos años antes de que se multiplicara.

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Visiones de James Tiptree, Jr.

Alice SheldonDespués de practicarle la eutanasia a su marido, Alice B. Sheldon, que logró esconderse bajo el pseudónimo literario de James Tiptree, Jr. durante veinte años, se cubrió la cabeza con una toalla y se pegó un tiro. De pequeña vivió en África y en la India; durante la Segunda Guerra Mundial salió de su casa un día y se alistó en el ejército; ocultó su homosexualidad y canalizó su tenebrosa depresión crónica a través de su obra; e hizo y deshizo en sus personajes lo que no pudo hacer y deshacer consigo misma. Todo en ella es fascinación, pero sería un error creer que todo en ella es fascinación por los hechos trágicos de su vida, que con tanto cuidado, por otra parte, biografió Julie Phillips en Alice B. Sheldon (James Tiptree, Jr. The Double Life of Alice B. Sheldon); así que si digo, por tercera vez, que todo en ella es fascinación, es porque en sus cuentos vemos –aumentada– toda la extrañeza del mundo, y todo el caos de la mente humana –la suya– convertido en espectáculo visual por una imaginación capaz de metabolizar sus propios dolores hasta convertirlos en imágenes mesmerizantes, de tan cienciaficcionescas.

Los temas que permean su obra son la sexualidad, la violencia, la soledad, el sufrimiento como elemento constitutivo diferencial del ser humano, la conflictiva relación con el otro, la desesperanza y, aunque en menor medida, la esperanza y el amor. El feminismo de “Las mujeres que los hombres no ven” o “Houston, Houston, ¿me recibes?”, es un discurso que, cuando escribía protegida por su pseudónimo, sorprendía gratamente a escritoras como Joanna Russ o Ursula K. Le Guin. Por otra parte, la otredad, como he dicho, es en Tiptree una presencia conflictiva, sí, pero no porque sea vista como una amenaza sino por el miedo a no ser aceptada por ella: después de tanto rechazo, los personajes de Tiptree lo que necesitan es ser aceptados sin condiciones. A veces, la más cercana otredad es la que te censura; el consecuente descubrimiento es que solo hay paz y amor en la lejana, pero más acogedora, otredad de las especies no humanas del firmamento. No es raro pues que su habilidad para meterse en mentes alienígenas, y describirnos desde su óptica, haya sido tan elogiada (como en esa maravilla de impacto y decepción que es el cuento “We Who Stole the Dream”, de Out of the Everywhere, & Other Extraordinary Visions).

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