Nadie me mata, de Javier Azpeitia

Nadie me mata

Nadie me mata es una de esas novelas con título oblicuo que se llena de contenido cuando se profundiza en ella. Una obra polisémica con múltiples niveles de lectura que tanto funciona como deconstrucción de un cierto tipo de novela criminal, exploración de la manera en la que se elabora la identidad personal o indagación del hecho creativo a partir de la metaficción. Y aunque su primera mitad me ha dejado un tanto frío, las sinergias que se establecen entre estos niveles han hecho evolucionar mi valoración hasta compartir la opinión del jurado del premio Xatafi-Cyberdark del año 2008, que le otorgó el máximo galardón por delante de obras estimables como Porvenir o Corazón de tango.

El narrador de Nadie me mata despierta en una habitación para descubrir que tiene amnesia. Mientras es presa de una enorme confusión llegan sus primeros escarceos con el pasado: una chica atractiva aparece en su habitación, le llaman al teléfono que encuentra a su lado, acude a una cita donde es testigo de un crimen en el que está implicado… sin abandonar en ningún momento el microuniverso del barrio de la Latina al que pertenece. Pero no el barrio de la Latina de nuestro Madrid sino uno ligeramente “desplazado”, sometido a ataques terroristas en una Europa atemorizada por una pandemia de gripe aviar. Sin embargo el escenario aparece difuminado y se limita a ser un lugar neblinoso que, por contraste, ayuda a enfocar la tragedia que atenaza a los personajes.

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