Ecos postapocalípticos

Barcelona vacía

Haciendo memoria, me doy cuenta de la gran cantidad de libros de literatura postapocalíptica que he leído en los últimos años. No es nada extraño, se trata de uno de los subgéneros de la ciencia ficción que más me gustan. Además, su presencia en las librerías de todo el mundo ha sido apabullante durante las dos últimas décadas, imposible de resistir. Ahora que el confinamiento comienza a estar en el recuerdo, me ha parecido interesante hacer un somero comentario sobre los últimos libros de este subgénero que pasaron por mis manos. No quiero cansar a nadie, así que solo van a ser tres; no deseo hacer una lista de grandes recomendaciones, que ya se han visto demasiadas en los grandes medios, sino significar brevemente la poca conciliación que suele darse entre la ficción literaria y la realidad. Aunque, para qué voy a mentir, estas lecturas son apetecibles sin necesidad de utilizar subterfugios, por sí mismas. Confieso que soy un lector más bien de contraste, de los que prefieren leer aventuras en los mares del sur durante el invierno y relatos polares en verano, pero creo que la excepcionalidad de la situación que vivimos durante cien días y que aún sufre gran parte del planeta bien merece saltarse la norma, y que, por pura catarsis o por identificación escapista, también es sugerente leer ahora historias enmarcadas en escenarios tan singulares (y fascinantes si logramos abstraernos de lo trágico) como el que se ha extendido los últimos meses más allá de nuestras ventanas y hacia el futuro. Lo cierto es que jamás ha habido una atmósfera más propicia para sumergirse en este tipo de lecturas. Los libros son La ciudad, poco después, de Pat Murphy; La muerte de la hierba, de John Christopher y La sequía, de J. G. Ballard.

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Apocalipsis suave, de Will McIntosh

Apocalipsis suaveLos futuros cercanos tortuosos atraen más que los luminosos. Sin conflicto no aparece la tensión y sin esa tensión la historia importa menos que el decoro en una fiesta organizada por Freddie Mercury. Basta observar lo ocurrido con las utopías, tan de moda a finales del siglo XIX, tan vestigio de una época pretérita ahora tenida como escasamente narrativa por el gran público… en el caso que el gran público se acerque a ellas. Mientras las novelas sobre el fin del mundo han perdurado hasta auparse como una de las temáticas más arraigadas y exitosas.

Si se atiende a la evolución del género en los últimos 30 años, es curioso cómo con el auge del cyberpunk a mediados de los 80, aquel futuro oscuro de ciudades superpobladas, control por corporaciones opresivas y catástrofes ecológicas de diversa índole era capaz de espolear una ligera fe en algún tipo de salida a sus particulares ratoneras. Sus mundos estaban en pésima forma pero a la civilización parecía quedarle cuerda. Con el nuevo milenio, esta perspectiva se ha cubierto de un pesimismo creciente. Una vez dejado atrás el pánico a la bomba vivimos los años del hundimiento energético, el cénit de las pandemias, el apocalipsis zombie… Ya sea por el afán de hacer proyecciones verosímiles o conjurar los miedos dominantes, el colapso goza de la salud de Mick Jagger.

La premisa de Apocalipsis suave es contar esa crisis huyendo de acontecimientos catastróficos. Relatar la caída de la civilización en EEUU, y por extensión todo occidente, a la manera de un pequeño deslizamiento de tierras. Desde un futuro cercano sumido en una permanente crisis económica hasta la creación de una comunidad capitidisminuida donde los residuos de nuestra sociedad tienen la oportunidad de perdurar en un porvenir incierto con la única certeza de la reducción de expectativas.

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