253, de Geoff Ryman

253

253

Un tren parte siguiendo su recorrido, a apenas un par de paradas del final de línea. En su interior 253 pasajeros, cada cual con su propia historia a sus espaldas, sus propios anhelos y sus propias esperanzas y miedos. Sin saberlo, parten muchos de ellos hacia la muerte al descarrilarse el tren en el final del recorrido, y su salvación dependerá únicamente del azar. O, si lo preferimos, del destino. Ryman entreteje las vidas de estos 253 personajes, más todavía si contamos a sus amigos, familiares y conocidos, en 253 cuentos cortos de 253 palabras cada uno, distribuidos a lo largo de los 7 vagones del tren

El libro está concebido para su lectura en formato web, en un tramado hipertextual en el que nadie está aislado, y no es posible entender del todo la historia de ningún personaje sin enmarcarla en el todo superior. Sabemos, desde el primer momento, que este tren descarrilará, y somos conscientes de la cruel ironía que rodea a muchos de los personajes. Vemos cómo una decisión tomada en décimas de segundo los conducirá a la salvación o la perdición. La inmersión es total, en tanto que los personajes de la novela son los mismos personajes que encarnamos en nosotros mismos o nos encontramos en el día a día, con la salvedad de la distancia que separa Londres de nuestras ciudades respectivas, una distancia que empequeñece a medida que percibimos las similitudes entre ellos y nosotros.

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Viaje desde el ayer, James P. Hogan

Viaje desde el ayer

Viaje desde el ayer

La verdad es que alguien debería de explicarles a los responsables de la colección Ómicron que James P. Hogan no es un autor que merezca mucho la pena divulgar. Si Herederos de las estrellas, su única obra publicada hasta hace un año, pasó sin pena ni gloria por algo debió ser –diga lo que diga Miquel Barceló, uno de sus pocos defensores–. Operación Proteo, su resurrección en el mercado español de la mano de Ómicron, era, como poco, discreta –de ella ya hablé aquí hace unos meses–. Y este Viaje desde el ayer no deja de confirmar la tónica predominante hasta ahora: Hogan es un autor mediocre y de segunda fila.

Y eso que esta novela es lo mejor que ha publicado en nuestro país. Pero, no lo olvidemos, lo mejor de Hogan sigo siendo lo mejor de un narrador poco dotado. En líneas generales parte del fallo de la novela viene dado por su edad. Publicada originalmente en 1982, cuando la Unión Soviética parecía invencible, la premisa inicial de la obra, la amenaza –finalmente hecha realidad– de una conflagración nuclear entre rusos y occidentales, ha quedado tremendamente obsoleta. Incluso obviando esto, una gran parte del libro no deja de tener un aire anticuado y trasnochado: la solución ante el posible exterminio de la raza humana consiste en mandar a otro planeta una serie de embriones congelados en una sonda robot. Pasados unos decenios, la Tierra se ha recuperado de la guerra atómica y decide mandar una lenta nave estratocolectora para hacerse con el control del nuevo planeta.

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World War Z, de Max Brooks

World War Z

World War Z

En 1968, basada libremente en la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, llegó a la gran pantalla una película destinada a sacudir y revitalizar los cimientos del terror en el cine y la literatura. El film en cuestión se titulaba La noche de los muertos vivientes; y los padres de la criatura, George A. Romero y John A. Russo, se ganaron con él un lugar de honor en el Olimpo particular de los aficionados a disfrutar pasando miedo. Casi cuatro décadas más tarde, en septiembre de 2006, uno de estos aficionados decide rendirle tributo a la obra de Romero con una novela destinada a convertirse en éxito de ventas desde el momento mismo de su gestación. Nace así World War Z, del neoyorquino Max Brooks. Y digo bien, WWZ es un sentido homenaje a Romero y «sus» zombis, no tanto a Russo y los suyos, por motivos que expondré a continuación.

Impulsada por la buena acogida de la ópera prima de su autor –The zombie survival guide, 2003–, así como por el relativamente reciente redescubrimiento de la temática zombi entre escritores y cineastas, WWZ se gana rápidamente el beneplácito de críticos y lectores por igual con una decidida «vuelta a los orígenes», saliéndose a propósito de la nueva carretera que intentan asfaltar películas de reciente cuño como Resident evil, 28 días después, Slither o Planet Terror. Los zombis que nos ofrecen éstas y otras obras contemporáneas se apartan del canon involuntariamente establecido por George Romero y abrazan sin disimulo algunas de las bases sentadas por John Russo en su obra individual, caracterizada principalmente por dos factores: sus muertos vivientes retienen la capacidad de correr, y su estado se debe a una causa reconocible, a veces incluso reversible. Los zombis de Max Brooks, sin embargo, tienen más en común con los de Romero: caminan a duras penas, arrastrando los pies y con los brazos levantados, entre gemidos, y el origen de la infección permanece envuelto en las nieblas del misterio. Para ellos sólo existe una cura posible, y ésta pasa por la destrucción de su cerebro.

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Vellum, de Hal Duncan

Vellum

Vellum

Hay frases iniciales que en sí mismas representan todo un programa de intenciones. «Toda historia épica debería comenzar con un mapa ardiendo», el arranque de Vellum de Hal Duncan, es una de ellas. El lienzo sobre el que Duncan pinta su fresco es más que épico, pues sobrepasa los confines del espacio y el tiempo, hasta el punto de que los mapas se hacen redundantes: el mapa es el libro, pero el furor del cartógrafo provocó la combustión del documento, que termina asemejado a un enjambre de brasas ingrávidas que revolotean cual luciérnagas ante los ojos del lector, obligado a formarse una imagen, un «collage» mental, antes de que el marco de llamas de cada capítulo consuma el texto.

Claro que orientarse mediante un mapa ardiendo puede plantear serios problemas si lo que se quiere es llegar a algún sitio. Ahí reside el quid de la polémica: mientras la plana mayor del fantástico «literario» actual –Shepard, Jeffrey Ford, VanderMeer– ha cerrado filas con Duncan saludando Vellum como un acontecimiento de los que hacen época, muchos de los lectores tradicionales de género han tenido que recurrir a extrañas teorías conspirativas, con sobornos editoriales de por medio, para explicarse las entusiastas reseñas dispensadas a un libro al que no ven pies ni cabeza.

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