Mister B. Gone

Mister B. Gone

Mister B. Gone

Jakabok Botch, el Mr. B. que da título al regreso de Clive Barker a la ficción para adultos tras años de dedicación casi exclusiva –literariamente hablando, al menos– a la serie de Abarat, es un demonio venido a menos, literalmente un pobre diablo nacido en los arrabales del círculo más modesto del infierno, hijo único y malquerido de una diablesa con escasas aptitudes maternales y Gatmuss, un demonio con muy malas pulgas y peores sentimientos hacia su unigénito. Privado de poderes extraordinarios debido a lo diluido de su linaje en relación con los primeros pobladores del averno, Lucifer y su cohorte de primeros ángeles caídos, abucheado y maltratado por los demás diablillos de su edad, ignorante de lo que es el afecto de una familia, el pequeño Jakabok sólo encuentra refugio del mundo cruel en que le ha tocado vivir en las letras; y no en la lectura, puesto que Pappy Gatmuss no ve con buenos ojos que haya libros bajo su techo, sino en la escritura.

¿Que qué escribe el pequeño y desdichado Jakabok? Pues todo tipo de torturas y truculencias, de las que su acomplejada mente está repleta, historias de sufrimientos y muertes dolorosas con un único protagonista: su padre. Lástima que Pappy Gatmuss descubra sus imaginativos escritos; y lástima también que, como cabría esperar en alguien de su carácter, decida acabar con ellos expeditiva y espectacularmente, con una gran hoguera. Lástima, por último, que un «accidente» tuviera que dar con su retoño de bruces en las llamas, convirtiera al joven Jakabok en una deforme colección de cicatrices supurantes y desencadenara su fuga del hogar de los Botch. Lástima para el diablillo, en fin, y suerte para nosotros, pues este hecho es el que motiva a Jakabok a fugarse de casa, en lo que es el primer paso hacia una serie de peripecias que nos irán descubriendo qué clase de ser es realmente este desfigurado Mr. B.

Lo que sigue a partir de aquí es una sucesión de encuentros y desventuras como tantas otras de las que pueblan ya la historia de la literatura, desde El Quijote hasta la trilogía de Lyonesse –es muy posible que el lector, como fue mi caso, se descubra pensando más de una vez en las novelas de Jack Vance mientras pasa las hojas de Mister. B. Gone–. Jakabok llega a adoptar incluso un papel algo «sanchopancesco» tras encontrarse en una de sus correrías con su hidalgo particular, el engreído y poderoso Quitoon, demonio de estirpe más noble que la de Mr. B. y, por consiguiente, capaz de realizar proezas esotéricas tales como volar o escupir fuego.

Peripecia tras peripecia y correría tras correría, los años se suceden para la extravagante y sádica pareja, que terminará disolviéndose poco amistosamente por desavenencias personales en el siglo XIV, al borde de una fecha y un lugar que habrán de cambiar la historia de la humanidad, el Cielo y el Infierno para siempre. Tan venturoso suceso no es otro que la invención de la imprenta moderna por parte del alemán Johannes Gutenberg. Quienes sientan algún interés por la historia quizá estén ya al corriente de las circunstancias que llevaron a Gutenberg a diseñar su máquina: ni más ni menos que una puesta con otros colegas de su gremio por ver quién era capaz de producir más copias de un mismo libro en menos tiempo. Sabiendo que el libro en cuestión no era otro que la Biblia, la inclusión de este personaje histórico real en la ficticia biografía del demoníaco Mr. B. cobra sentido, sobre todo con la aparición hacia el final de la novela de un arzobispo de sospechosas apetencias carnales y sendas huestes celestiales e infernales que batallan encarnizadamente, para pasmo y pavor de las humildes gentes de Maguncia.

Adolece el final de Mister B. Gone de un pecado imperdonable en un autor de la categoría de Clive Barker, su previsibilidad. Desde la primera hasta la última página de la novela, su Jakabok Botch intenta derribar la cuarta pared que lo separa del lector apelando al sentido común de éste, exhortándolo a quemar el libro que tiene entre manos. Si bien la idea en sí no tiene nada de malo, las reiteradas interrupciones dificultan la inmersión en la lectura, sobre todo tratándose de una obra tan poco voluminosa, dificultan la suspensión de la incredulidad y, por si esto fuera poco, desembocan en el ya mencionado decepcionante e insulso final sin hacer las paces con el sufrido lector, que bastante está teniendo con masticar una historia tan insípida como para encima tener que aguantar las impertinencias de un protagonista que pierde carisma con cada hoja que se pasa.

Clive Barker

Clive Barker

Me preguntaba a qué podía venir este libro en la bibliografía de Clive Barker, hasta que un rápido vistazo a su lista de novelas publicadas me mostró que Mister B. Gone coincide en el tiempo con un paréntesis de cuatro años entre las partes cuarta y quinta de su popular serie juvenil, Abarat. Cuatro años es mucho tiempo, y si bien Barker no es tan prolífico como otros acaparadores de best-sellers, tampoco es uno de esos escritores capaces de esperar a la musa papando moscas mientras se desgranan los quinquenios.

Uno se imagina fácilmente a los editores del señor Barker, preocupados por que su gallina sólo vaya a poner dos huevos de oro en toda la primera década del siglo XXI, preguntándole todo sonrisas, frentes perladas de sudor y estrujar de manos que si por favor no podría sacarse algún título de la manga entremedias para que sus lectores no se olviden de él. Y el señor Barker, al que sólo le hace falta una pizca de talento para pergeñar una novelita de poco más de doscientas páginas con letra generosa, accede encantado y escribe Mister B. Gone casi con los ojos cerrados… o sin el casi, habida cuenta de la exagerada cantidad de errores gramaticales, deslices ortográficos, fallos de concordancia, etc., que plagan el texto.

No descubriré la sopa de ajo si digo que la carrera de cualquier artista es un sube y baja constante de aciertos y desatinos, que uno pone el listón a la altura que le parece y luego su creatividad y su imaginación saltan por encima o pasan por debajo según les viene en gana. Gafes del oficio. Tan sólo espero que este Mister B. Gone marque un punto de inflexión, que sea un mero bache pasajero y no el comienzo del declive de la carrera literaria de un Clive Barker muy alejado del esplendor de sus comienzos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.